viernes, septiembre 05, 2014

Joseph Roth y Soma Morgenstern

A los Matt con mucho cariño, de los que he vuelto a saber

Joseph Roth y Soma Morgenstern fueron dos grandes amigos. Dos amigos de verdad, que se profesaban gran admiración y un afecto intenso. Seguramente por eso, pudieron estar varios años sin hablarse ni verse ni buscarse entre las distancias que separan París de Viena o que existen  dentro de cada una de las ciudades. Ocurrió a mediados de la década nada prodigiosa de los 30, conforme se iba perfilando el destino de estos seres entonces errabundos. ¡Pobres judíos errantes, que venían venir la gran maquinaria mortuoria del nazismo, impotentes…!
Stefan Zweig que  estaba en Londres desde los primeros años de los 30, tomó cartas en el asunto y urdió el encuentro de los dos amigos en Viena, pero sin que estos sospecharan nada. Los citó en un hotel y tras el encuentro  por sorpresa se abrazaron con fervor, primero  los amigos reencontrados y después los tres escritores judíos austríacos.
Viena ya había comenzado a darles la espalda.
Bajo el Imperio de los Habsburgos los metecos de los judíos orientales (ostjuden) pasaron, junto a otras minorías étnicas que sobrevivían a entornos étnicos mayoritarios hostiles, a ser considerados como súbditos del Emperador con todos los derechos de ciudadanía reconocidos. Pasaban  a ser austríacos y dejaban el yiddish por el alemán. Incluso los ostjuden podían estudiar en la Universidad de Viena, sin otros problemas que defenderse del antisemitismo de los estudiantes que propugnaban la Gran Alemania. Co ellos estaban el alcalde Karl Luger, Schönerer y otros que  preparaban  las pistas de aterrizaje a los nazis que pronto asesinarían, en la misma Viena, al Presidente de Austria Dorfluss.
Joseph Roth y Soma Moregensten eran de Galitzia, un país del Imperio que engloba a polacos y ucranianos por mitad. Y al que la historia le ha deparado distintas adscripciones nacionales. Entre  polacos y ucranianos –los goyim o gentiles de turno- ser judío (muy minoritarios) también resultaba incómodo. Los progromos contra los judíos forman parte del inconsciente más turbio de los europeos orientales. Siempre  dispuestos a cometer atrocidades contra los apestados que leían el Talmud,  seguían la Torá y algunos de ellos la piedad hassidin, como la familia Morgensten, o se asimilaban, apartándose algo de sus raíces, en la cultura mayoritarias. Les era realmente difícil a los judíos huir de su condición, incluso si intentaban su propia Ilustración: la Haskalá o, con la esperanza puesta en el sionismo, buscaban abandonar  definitivamente Europa.
En Viena, donde en principio todos los ciudadanos del Imperio eran iguales y en su universidad se conocieron Morgenstern, estudiante de derecho y Roth, estudiante de letras. Les unió enseguida su afición a la literatura más que la participación en los comités de autodefensa de los estudiantes hebreos.
Tras la I Guerra Mundial, en la que participaron en muy distinto grado –Roth lo hizo de una manera casi simbólica-, se dedicaron al periodismo, aunque como lo hacen los escritores en ciernes que apuntan alto.
Joseph Roth es autor de obras como La marcha Radetzky, La cripta de los capuchinos, El anticristo, La leyenda del santo bebedor…, obras importantes de esas décadas de oro de la literatura en alemán. Su nombre no hecho sino crecer.
Soma Morgenstern dedicó un libro de varios centenares de páginas a su amigo Roth, que lleva el título de Huida y fin de Joseph Roth, publicado hace unos años por Pre- textos.
Cuando se cernía sobre ellos la noche más oscura y desalmada, que hundió a la raza humana en el fango, los dos amigos especulaban con la aventura de existir y de proyectarse en el mundo o simplemente vivir, para lo que era preciso huir del fuego exterminador. Todo el desarraigo, con su desasosiego punzante, del judaísmo laico, cosmopolita y asimilado, toda la efervescencia de quienes pierden las raíces, la densidad de sus incertidumbres como la necesidad de dotarse de una voz y cartas de navegación con las que orientarse y sobrevivir, están impresos en la vida de los amigos.
Morgenstern nos descubre en este libro su inteligente sentido del humor, sus compromisos y lealtades además de una magnífica escritura donde el protagonista Roth es perfectamente movido por él.
Morgenstern sigue a Roth desde su encuentro en la universidad de Viena. Tienen muchos asuntos en común: el periodismo, la literatura, su condición judía, la emigración, las amenazas  y miedos  que les acosan, el enfoque estrictamente individual de los supervivientes en un  tiempo más que convulso. Y la huida, huida complicada la de Morgenstern por campos de concentración en Francia, Argelia, Lisboa y finalmente  Nueva York, donde se hará escritor. Roth no llegará a dejar París, y antes de que los nazis la invadan, muere herido por el alcohol, seguramente en alguno de los muelles que se alinean entre el Pont Neuf y la Isla de San Luís.
Fue enterrado en el cementerio Pére Lachaise. Un sacerdote católico rezó un breve responso en presencia de un rabino. Entre los monárquicos austríacos  se pudo ver  a algunos socialistas y comunistas. 

 

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