El 13 de agosto de 1961 cuando se levantó el Muro de Berlín
yo era un niño que se encontraba en Fulda a unos cuantos kilómetros de la frontera
que separaba las 2 Alemanias. Era el
segundo verano (entero casi) que mis padres me mandaron a Alemania para que practicara el alemán: estaba
en ese colegio en Bilbao, cuyo nombre, San Bonifacio, era el mismo que el del patrón de Alemania, y que fundó Fulda. Mera casualidad.
Vi en la casa en la que me encontraba el temor de los alemanes
a los comunistas, y contemplé todas esas imágenes, que después se harían
famosas, de saltos al vacío, de alambradas,
disparos… en Berlín, en directo o casi por la televisión alemana.
Aunque las comunicaciones eran muy difíciles, mis padres
pensaron repatriarme en algún momento, con una niña de San Sebastián. Al final
me quedé y seguí aburriéndome hasta el infinito, menos las tardes que íbamos a comer pastel de manzana y a la
piscina. El hombre de la casa trabajaba en una oficina y era profesor de
natación. En su frente tenía un hoyo de un tiro de la guerra.
Los domingos íbamos a ver a los padres de él, campesinos
que vivían casi pegados a la frontera de la llamada República Democrática de
Alemania. Aquel verano que recuerdo con muchos días de sol, se podían ver a los
temibles “vopos" escudriñándonos
amenazadores con prismáticos y armados. De nuestro lado de la frontera
no había un solo soldado alemán. A los alemanes no les gustaba nada aquella
frontera, amenazadora hasta para un
niño, que no veía ninguna réplica de su
lado de la frontera.
Hace poco he sabido, gracias a Jesús M. Pérez, que estaba en la misma Brecha de
Fulda, por donde se esperaba que las divisiones del Pacto de Varsovia podrían invadir el mundo
democrático.
El aburrimiento y la vulnerabilidad y el miedo intuidos en los mayores, solo podían se redimidos
por los convoyes del ejército norteamericano, que con sus círculos con la
estrella de 5 puntas en las puertas circulaban de vez en cuando por los alrededores de Fulda.
El niño que yo era, sin amigos ni familia, entre
extraños siempre tuvo la certeza íntima
e iluminadora, la clara intuición que la libertad dependía de aquellos convoyes
de pocos camiones con el círculo blanco que encerraba las estrellas de 5 puntas.
Que la libertad era el valor que dignificaba la vida y que era preciso defender.
Allí me fue dado intuir como una inmensa certidumbre, el gran vínculo entre la vida y la
libertad y su defensa.
1 comentario:
Impresionante. Fue empezar a leerlo y dar un salto: ¡Estuviste en la mismísima "Brecha de Fulda"!
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