Estos dos libros me fueron felizmente remitidos por Papa Noel. Woody Allen ya no es un icono progre, un intelectual progresista que ama Barcelona y San Sebastián (dos feudos del delirio de la uniformidad totalitaria excluyente), sino un perseguido por los políticamente correctos, la cultura de la cancelación en estado puro, que les pregunten a las editoriales, las inquisidoras de Me-too, los puritanos de la justicia social Woke (los exmarxistas sabemos que el concepto de justicia social es cristiano, católico jesuita francés), las abolicionistas de la naturaleza, -verdadero delirio de suplantación divina- de Queer.
Esos sabuesos de la nueva moral y hombre, no afectan nada al Woody Allen que hemos conocido, descubriendo en las primeras páginas que su madre se parecía a Groucho Marx
Me pongo a escribir y caigo en la cuenta que es otro perseguido , pero de la otra cara de la moneda. Rushdie obliga a meditar, ¿Bolaños? algo, ya había leído Versos satánicos y otro que no recuerdo, otro británico (angloindio) desembarcado en EE.UU. La novela no ha muerto, la buena actual seguramente sea mejor que la decimonónica, más poliédrica y densa, mucho más compleja, distintas capas, varias vetas de subjetivismo desentrañando los resortes mas agudos de la imaginación, fantasía e introspección, la novela decimonónica hacia retratos sencillos, formularios psicológicos bajo congruentes esquemas sociológicos. Era entonces la novela en general simple, dibujos perfectos. Ahora son instalaciones, videoarte, conceptual con pesadas masas cromáticas.
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