La crítica literaria y cultural debe temporalizarse. Hacerse historicista. Anoto esto para que no se me olvide y porque viene a cuento/ a cuenta de Francisco Aguilar y Paz. La critica, antologías, libros sobre Gaceta de Arte,
y sus protagonistas utiliza unos términos, un lenguaje que merece ser objeto también de análisis, es como si se hubieran puesto de acuerdo en mantener unos presupuestos, a prioris o cosmovisión que consideran esenciales e indispensables. Un mismo marco de comprensión e intenciones. Unas rosa de los vientos que a todos orientase sobre la dirección de vientos y corrientes. Una disciplina en la visión. Un cargar las tintas sobre algunos aspectos de tipo político e ideológico. Hacer de lo recogido en papel tribuna. Sobre todo, burlar el tiempo.
En los libros o en buen aparte de ellos están tan similarmente descritos o tomados en cuenta los valores de finales de los años 20 y los 30 como si fueran los propios del momento de la recuperación/reivindicación de los 80 y 90. Tanta su intensidad. La ecuación espacio/tiempo no mantiene esa distancia de décadas, el ángulo de visión que correspondería a esa atalaya histórica. El marco espacio/tiempo es invadido, compartido entre autores originales y exégetas posteriores que dominan un espacio común. Son continuadores los tratadistas de los autores de entonces, realmente cogen el testigo, de lo que fueron, pensaron, degustaron, adoraron con pasión. No hay noción de distancia, diferente época, lejanía, separaciones obvias. Es una gran celebración, una magna fiesta, si se quiere casi de impulso nacional, que tiene lugar mucho después, como si fuera un ahora solo y aparentemente diferido; en ese contacto con repesca, lo antiguo y omitido reaparece y se actualiza como el mito y su tiempo circular. Lo regresado con todo boato, entorchados y dignidades es vivido en su esencia prístina, en su mayor pureza y mejor significado. Es como si los hermeneutas, recopiladores y autores los quisieran seguir, e identificarse con los autores de Gaceta represaliados. Como decimos han cogido el testigo. Hay una identificación gozosa y una transposición de todos los valores, lo que no pasa por ejemplo en Las armas y las letras de Andrés Trapiello ni veríamos en otros críticos como José Carlos Mainer. En estos no hay compromiso ni identificación, ni hay toma de partido con puntos de vista estéticos (ya agotados), pero también políticos e ideológicos que forzosamente han de calificarse de comprometidos en su forma. Cuando los tratadistas en los 80 y 90 no tenían motivos para ello, ni tampoco los gaceteros fueron unos revolucionarios radicales, por mucha que fuera la represión.
Me chocó todas las veces que nuestro tratadistas y antólogos se referían al "dictador", "dictadura" con un afán aclaratorio y de justicia universal francamente espectacular. Como si estuvieran ante la gran oportunidad de su vida como denuncia internacional o una gran contribución personal contra el Patriarca (como lo tildé en mi columna recientemente porque desde algún punto de vista convenía calificarlo así). Y muy extraño todo por ajeno a trabajos científicos. términos más propios de figurar en un panfleto en tiempos de Franco vivo, que es cuando era forzoso referirse a dictador y dictadura.
Es algo sobre lo que quiero volver, uno de esos puntos que me llaman la atención.
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