Ya he unificado mi libro del viaje por el Sáhara, no es de
aventuras, ni de lirismo paisajístico, puestas de sol, personajes turbios, ni de elevación
espiritual nómada. Es de viajes pero también hay reflexión intelectual, los
viajeros de hecho la cultivamos. Ayer lo estructuré. Normalmente los escribo en
varias entradas autónomas, que generalmente no responden a un criterio
determinado, el caso es que ayer las partes quedaron enseguida bastante entrelazadas. Como una cremallera solo
pendiente de algunos ajustes.
Ahora es cuando tienes
el artefacto en tus manos, ya lo tienes por mucho que te vaya a costar corregirlo y mejorarlo, y el placer de las amputaciones, quitar todo lo que sobre.
Si te gusta lo que lees e incluso disfrutas, todo va bien, si eso no ocurre, que es como sea tiene que ocurrir, fuera, Raus!. Y sobre todo has de
leerlo como si no lo hubieras escrito tú y fuera de un tercero cuya lectura te
atrapa, sin contaminación subjetivista: Uno solo puede determinar si es
logrado o fallido. No si está bien o mal. Lo que no es logrado es fallido, no
hay zonas grises o intermedios.
Ayer comimos en el jardín con la joven pareja. Yo me disculpé por mi nula
dedicación a ellos y a nadie. Solo tengo tiempo para mí y para hablar algún rato
con XY.
- --Tu padre no es un neurótico, está todo el día
leyendo pero tiene tiempo de echar la siesta y hacer deporte, y a una hora
tardía `ponerse a beber. Y en su día a día es feliz porque no tiene
pretensiones ni retos. Yo en cambio no tengo tiempo para nada y eso que no
salgo de casa salvo para ir a por el periódico y a veces al Spar. Me pasa una cosa horrible, a más tiempo, más me falta, no cedo nada,
soy un viejo avaro-
- --La diferencia es que mi padre siempre hizo lo
que quiso, por tanto no tiene ningún reto u oportunidad ahora- me contesta, sin
añadir: no como tú- Cuando se fueron le digo a XY, qué lista es. Sí, claro,
me responde.
Resulta que había dos cosas que no le había contado. Solo me
acuerdo de una. A raíz de una película o algo similar recuerdo que durante la Transición fuimos unos amigos a
Rentería, Guipúzcoa, julio, a las fiestas de la localidad que son Magdalenas. De madrigada, creo que era el año 1976 oímos muy
próximas las ráfagas de las metralletas de la Guardia Civil. Las hordas
abertzales y revolucionarias habían comenzado a emplear como material de
guerra las vallas metálicas que canalizaban el encierro, creo. Con una furia digna de mongoles, ostrogodos o mamelucos. Cuánto ardor de
trinchera y asalto, las balas sonaban como páginas de libro, lo pienso ahora.
Uno se alineaba entonces con la chusma
que destilaba una irrefrenable necesidad de salvación, una religiosidad extrema
que entreveraba las dos grandes promesas:
la redención y el sacrificio. Y prometía mucho fuego purificador como pregonaba
Saint Just.
La Guardia civil disparaba al aire en esa ocasión, porque no
hubo heridos. La Guardia Civil vivía el presente, cumplía órdenes, carecía de
sueños y no pretendía la salvación de nadie, no eran creyentes, acataban la
realidad por chusca y gris que fuera. Ellos eran los depositarios del legado de
las bibliotecas, la continuidad cultural , como se ha visto después.
No he sido Guardia civil, durante el franquismo tres veces
hube de visitarles, visitas cortas y una sola vez recibí unos escasos bofetones,
que casi me tumba el primero. A
traición. Muy parecido al que me asestó el profesor de latín en los jesuitas de
Bilbao. Si hablamos de la Guardia Civil de cuando Franco, hablemos también de los profesores de latín de los jesuitas.
No era de la orden –al parecer los jesuitas no tenían recursos humanos en
latín- sino un borono de Gernika, aunque pasado por los clásicos, con un tic en
el ojo.
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