domingo, agosto 12, 2018

Balas como páginas de libro

Ya he unificado mi libro del viaje por el Sáhara, no es de aventuras, ni de lirismo paisajístico,  puestas de sol, personajes turbios, ni de elevación espiritual nómada. Es de viajes pero también hay reflexión intelectual, los viajeros de hecho la cultivamos. Ayer lo estructuré. Normalmente los escribo en varias entradas autónomas, que generalmente no responden a un criterio determinado, el caso es que ayer  las partes quedaron enseguida bastante entrelazadas. Como una cremallera solo pendiente  de algunos ajustes.
Ahora es cuando tienes  el artefacto en tus manos, ya lo tienes por mucho que te vaya a costar corregirlo y mejorarlo, y el placer de las amputaciones, quitar todo lo que sobre. Si te gusta lo que lees e incluso disfrutas, todo va bien, si eso no ocurre,  que es como sea tiene que ocurrir,  fuera, Raus!. Y sobre todo has de leerlo como si no lo hubieras escrito tú y fuera de un tercero cuya lectura te atrapa, sin contaminación subjetivista: Uno solo puede determinar si es logrado o fallido. No si está bien o mal. Lo que no es logrado es fallido, no hay zonas grises o intermedios.
Ayer comimos en el jardín con  la joven pareja. Yo me disculpé por mi nula dedicación a ellos y a nadie. Solo tengo tiempo para mí y para hablar algún rato con XY.
-          --Tu padre no es un neurótico, está todo el día leyendo pero tiene tiempo de echar la siesta y hacer deporte, y a una hora tardía `ponerse a beber. Y en su día a día es feliz porque no tiene pretensiones ni retos. Yo en cambio no tengo tiempo para nada y eso que no salgo de casa salvo para  ir a por el periódico y a veces al Spar. Me pasa una cosa horrible, a  más tiempo, más me falta, no cedo nada, soy un viejo avaro-
-          --La diferencia es que mi padre siempre hizo lo que quiso, por tanto no tiene ningún reto u oportunidad ahora- me contesta, sin añadir: no como tú- Cuando se fueron le digo a XY, qué lista es. Sí, claro, me responde.
Resulta que había dos cosas que no le había contado. Solo me acuerdo de una. A raíz de una película o algo similar recuerdo  que durante  la Transición fuimos unos amigos a Rentería, Guipúzcoa, julio, a las fiestas de la localidad que son Magdalenas. De madrigada, creo que era el año 1976 oímos muy próximas las ráfagas de las metralletas de la Guardia Civil. Las hordas abertzales y revolucionarias habían comenzado a emplear como material de guerra las vallas metálicas que canalizaban el encierro, creo. Con una furia  digna de mongoles, ostrogodos o mamelucos. Cuánto ardor de trinchera y asalto, las balas sonaban como páginas de libro, lo pienso ahora. Uno se alineaba entonces  con la chusma que destilaba una irrefrenable necesidad de salvación, una religiosidad extrema que entreveraba las dos grandes  promesas: la redención y el sacrificio. Y prometía mucho fuego purificador como pregonaba Saint Just.
La Guardia civil disparaba al aire en esa ocasión, porque no hubo heridos. La Guardia Civil vivía el presente, cumplía órdenes, carecía de sueños y no pretendía la salvación de nadie, no eran creyentes, acataban la realidad por chusca y gris que fuera. Ellos eran los depositarios del legado de las bibliotecas, la continuidad cultural , como se ha visto después.
No he sido Guardia civil, durante el franquismo tres veces hube de visitarles, visitas cortas y una sola vez recibí unos escasos bofetones,  que casi me tumba el primero. A traición. Muy parecido al que me asestó el profesor de latín en los jesuitas de Bilbao. Si hablamos de la Guardia Civil de cuando Franco, hablemos también  de los profesores de latín de los jesuitas. No era de la orden –al parecer los jesuitas no tenían recursos humanos en latín- sino un borono de Gernika, aunque pasado por los clásicos, con un tic en el ojo.   

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