Estaría de acuerdo con que calificar a la presentación de mi último libro “Las ruinas del sindicalismo” de muy bonita, puede resultar incluso bastante auto ultrajante, por la
pleamar de cursilería que inunda más que sugiere, pero he buscado adjetivos y no se me ha
ocurrido nada mejor, y no me he quedado pensando
como si se tratara de un sodoku. He considerado un atenuante: que los sentimientos son de natural
cursis. Al final no sé qué soy más: si racionalista abstracto y metafísico
o sentimentalista adolescente. Resultó
que hasta hicimos caja, según mi mano derecha, brazo armado, secretario
personal, socio, que es Rapso o Rapsi (Ale en la intimidad), algo que te priva del
halo literario de maldito, loser, incomprendido, marginal…
Asistieron altas
dignidades al acto, léase el Decano del
Colegio de Abogados. Nos sacaron una
fotografía de los tres: el decano, mi hermano y yo, una fotógrafa que
mandó el Colegio, por lo que saldremos en la revista corporativa. Mi hermano se
reía de que tras su largo ostracismo y persecución fuera a aparecer ahora en la
citada revista. Yo que ya me califico como persona que trabajó de abogado
(abogacía como poiesis), saldré en el
centro, como un primus interpares o una prima donna de senos montañosos y nevados. Lo que es evidente
es que estamos sometidos a órdenes de sentido que son transpersonales, porque
no es posible que ocurran tantas cosas con las que en absoluto cuentas. También
asistió una exdirectiva y candidata al
Colegio, que al parecer es tan encantadora
conmigo como con mi hermano. No estamos preparados para tanta sociablilidad
cálida.
La presidencia de la Económica (y Pta que
es de una lealtad absoluta, que
no sé ni cómo agradecer) presentó el
acto y yo despanzurré un sillón noble
quizá con data de primeros del XX, solo sentarme para precipitarme al
suelo. La gerencia de la corporación de abogados, mi amigo Víctor me mandó un
cariños correo exculpándose y ha habido más así.
Se pudieron ver srs advocats de mucho postín: los Tallo,
Robayna, Ángeles &Rafa, Baez exlaboralista y director de RRHH, el
herreño, el abogado y filósofo titulado
Iván por el que entré en la Económica,
el Conde, Alexander que entra como abogado e historiados también por
Mácaros/Oliver, Kamenev no nos encontró en el bar tras el final; algún graduado social (uno Valentín, que llegó al
final y dediqué el libro), 4 ingenieros y luego, como hace mucho tiempo en Tenerife, varias personas desconocidas.
Parte de Los Reunidos, la hora
intempestiva a las 7 disuadió a más de
uno. No así a mi queridísimo Agustín Enrique Díaz Pacheco.
El Conde Octaviansky,
que me tiene por excéntrico, imprevisible y divertido, me recordó y celebró las
cosas más simpáticas e inconvenientes que había dicho. Como realmente apenas mal contesté a las preguntas que se me
formularon, XY me dijo que voy camino de ser una representación de mí mismo.
Después, en la confraternización etílica de varias confluencias, que es lo
mejor de todo y en lo que es experto mi hijo, que todos sus círculos de amigos
lo son entre sí, el mácaro Juan Mingot, la mente más potente, comentó que la
gente que fue y no me conocía, lo que se llevaría del acto sería la singularidad del autor. Al
salir alguien me dijo –no recuerdo quién, ni si le conocía- que iba a montar una radio, sólo para que yo fuera tertuliano.
Ex doctor Harris me
volvió a decir con mucho convencimiento que le gustó el libro, que se lo pasó a un
amigo y que le dijo: ¡brutal Que casualmente era como yo lo califiqué en un
primer momento.
Algunos señores asistentes debieron ir porque les interesaba
mucho el sindicalismo igual pensando que yo era un remozador-rehabilitador, fue
muy publicitado en las redes por la Económica, hasta en una afamada web
izquierdista de mis enemigos de clase.
El siempre sutil Conde –el marqués que llegaba a las postrimerías no nos
encontró, lo digo para remarcar mis relaciones
con titulados- se reía porque dije que a mí no me interesaba nada el sindicalismo, nunca había hablado de ello con nadie, y no tenía absolutamente nada que discutir sobre un tema que, dije,
desprecio. Me resultaba insólito, aunque
no se hubieran leído el libro, que a pesar de la descalificación, desdén y
desprecio del que hice acopio y gala, trataran de llevarme a debates
convencionales sobre sindicatos. Para esos debates que se busquen laboralistas firmamanifiestos muy lúcidos, tan
interesantes como inteligentes y sindicalistas de esencial formación para- analfabeta,
elevada estatura moral y cultural, y
discutan con ellos. Luego lo graben y me lo pasen para escuchar.
Nula modestia aparte, yo he destripado el sindicalismo por donde nunca se había hecho, y desde puesto de francotirador serbio –disponía de óptimas posiciones-, nunca
ocupados por nadie, sino por alguien,
que soy yo, con instrumental suficiente para poder llevarlo a cabo.
Uno solo puede empezar a tomarse forzosamente un poco en
serio, cuando ve que a pesar de que no se le entienda ni comprenda, le toman en
serio. No había medido el valor de esta circunstancia promisoria. Es
valiosísimo.
Me dice XY: ayer con tu rechazo a descender a ese mundo
infame sindical, si son todavía necesarios o pintan algo, habrás logrado que
alguno se afilie. Pues no. Una pareja, ella hija de una ventera del Toscal
donde yo rebané en los 80 todo el estante de arriba de fabada Litoral, que no
sé qué hacían allí, me dijeron que estaban hablando, tras oírme, de darse de
baja de su sindicato.
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