Me recuerdo yendo al kindergarten del Colegio alemán,
después al antiguo colegio y finalmente al nuevo y modernísimo, que fui uno de los que lo estrené. Íbamos e íbamos, nunca me pregunté por qué. Ni oí
motivos en casa. Mi padre admiraba muchísimo a los alemanes, pero jamás le escuché mostrar la más mínima simpatía o comprensión por los nazis. Tenía un libro
sobre ellos y el exterminio judío, que pasó a mi habitación por apropiación. Admiraba
a los alemanes, supongo que era por las
cualidades que tenían y que a él le faltaban al menos en el grado de
ellos: laboriosidad (que era de lo que presumió toda la vida…), perfección,
sacrificio y disciplina, exigencia del deber, organización… En todo esto yo he sido bastante peor que él, e infinitamente menos que los alemanes. Pero con parecida suerte.
Estados Unidos no existía salvo en el cine. Mi padre iba de
marido ejemplar con mi madre y mis tíos
al cine, muy formalito en aquella época. Luego
me contaban las películas.
Pasé dos veranos enteros en Alemania, coincidió con la
construcción del muro –agosto 1960.
Estaba en casa de un
matrimonio que tenía un hijo de 5 años. Yo no hacía otra cosa que
aburrirme mortalmente. Algunas tardes a la piscina, el marido era profesor de
natación, aunque trabajaba en una oficina, y tenía una concavidad en la frente de
alguna bala desganada.
Había domingos que íbamos a la granja de los abuelos de
ella, donde había patos. A 70 ó 100 metros estaba la frontera con alambradas entre la República Federal
alemana y la Alemania comunista. En la parte comunista había trigales y podías ver a los temibles
VOPOS (Volkspolizei) vigilando o sentados allí a la vista. A la vez veía en casa en Fulda por televisión la construcción del muro de Berlín
y los saltos al vacio y huida de los alemanes orientales. El matrimonio donde
estaba se sentía inquieto y muy preocupado, pero nunca me explicaron nada.
Estuve a punto de ser evacuado con la guapa
y encantadora Mirari, que estaba en Fulda, pero la veía tres veces en todo el verano, de la que
estaba secretamente enamorado, donostiarra, e hija de amigos de mis padres.
Yo veía que en la frontera entre las dos alemanias sólo estaban soldados del Este comunista, de nuestro lado (federal) no había
absolutamente nadie, ni soldados, ni policías ni controles: nada. Ahora pienso
que solo, niño, incomunicado tuve el presentimiento de la libertad y la
opresión. Sabía que la frontera de alambrada y “vopos” armados en
pleno campo no era normal. No tenía a nadie con el que hablar, que me explicara
algo, estaba yo, inexperto, ignorante solo en Alemania y la historia. Pero como
ser humano era capaz de articular
concepciones y valores. Tuve en todo
momento la noción, la certidumbre, el presentimiento de que
estaba en el lugar de la decencia y de la libertad, aunque aún no supiera lo
que era, en el lado bueno.
Por Fulda o los alrededores
se veían de vez en cuando, para mí eran como hierofanías, convoyes
norteamericanos o camiones sueltos. La familia con la que estaba, a saber el
grado de adhesión al nazismo que habrían tenido. Nunca les oí una palabra a favor
de los norteamericanos. A mí me
emocionaban los camiones GMC con la estrella de cinco puntas. Creo que sospechaba, presentía que era
por ellos por lo que los vopos no pasaban de la granja, intuía que eran los que paraban a los comunistas que disparaban contra sus propios cuidados inermes que trataban de escapar.
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