domingo, septiembre 25, 2016

Cómo me hice pronorteamericano





Me recuerdo yendo al kindergarten del Colegio alemán, después al antiguo colegio y finalmente al nuevo y modernísimo, que   fui uno de los que lo estrené. Íbamos  e íbamos, nunca me pregunté por qué. Ni oí motivos en casa.  Mi padre admiraba muchísimo  a los alemanes, pero jamás le escuché mostrar la  más mínima simpatía  o comprensión por los nazis. Tenía un  libro  sobre ellos y el exterminio judío, que pasó a mi habitación por apropiación. Admiraba a  los alemanes, supongo que era por las cualidades que  tenían y  que a él le faltaban al menos en el grado de ellos: laboriosidad (que era de lo que presumió toda la vida…), perfección, sacrificio y  disciplina, exigencia del deber, organización… En todo  esto yo he sido bastante  peor que él, e infinitamente menos  que los alemanes. Pero  con parecida suerte.
Estados Unidos no existía salvo en el cine. Mi padre iba de marido ejemplar con mi madre y  mis tíos al cine, muy formalito en aquella época. Luego  me contaban las películas.
Pasé dos veranos enteros en Alemania, coincidió con la construcción del muro –agosto 1960.
Estaba en casa de un  matrimonio que tenía un hijo de 5 años. Yo no hacía otra cosa que aburrirme mortalmente. Algunas tardes a la piscina, el marido era profesor de natación, aunque trabajaba en una oficina, y tenía una concavidad en la frente de alguna  bala desganada.
Había domingos que íbamos a la granja de los abuelos de ella, donde había patos. A 70 ó 100 metros estaba la frontera  con alambradas entre la República Federal alemana y la Alemania comunista. En la parte comunista  había trigales y podías ver a los temibles VOPOS  (Volkspolizei) vigilando o sentados allí  a la vista. A la vez veía en casa en Fulda por televisión la construcción del muro de Berlín y los saltos al vacio y huida de los alemanes orientales. El matrimonio donde estaba se sentía inquieto y muy preocupado, pero nunca me explicaron nada. Estuve a punto de ser evacuado con la guapa  y encantadora Mirari, que estaba en Fulda, pero la veía   tres veces en todo el verano, de la que estaba secretamente enamorado,  donostiarra, e hija de amigos de mis padres.
Yo veía que en la frontera entre las dos alemanias sólo estaban soldados del Este comunista, de nuestro lado (federal) no había absolutamente nadie, ni soldados, ni policías ni controles: nada. Ahora pienso que solo, niño, incomunicado tuve el presentimiento de la libertad y la opresión.  Sabía que  la frontera de alambrada y “vopos” armados en pleno campo no   era normal. No tenía  a nadie con el que hablar, que me explicara algo, estaba yo, inexperto, ignorante solo en Alemania y la historia. Pero como ser  humano era capaz de articular concepciones  y valores. Tuve en todo momento  la noción,  la certidumbre, el presentimiento de que estaba en el lugar de la decencia y de la libertad, aunque aún no supiera lo que era, en el lado bueno.
Por Fulda o los alrededores  se veían de vez en cuando, para mí eran como hierofanías, convoyes norteamericanos o camiones sueltos. La familia con la que estaba, a saber el grado de adhesión al nazismo que habrían tenido. Nunca les oí una palabra a favor de los norteamericanos. A mí  me emocionaban los camiones GMC con la estrella de cinco puntas. Creo que sospechaba, presentía que era por ellos por lo que los vopos no pasaban de la granja,  intuía que eran los  que paraban a los comunistas  que disparaban contra sus  propios  cuidados inermes que trataban de escapar.



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