Por la mañana, leído el último libro sobre el Sáhara (de los que compré la semana pasada), me he puesto a copiar mapas – y colorearlos- de la guerra de 1957/58, que no logró la anexión del Sáhara a Marruecos, debido únicamente a la presión (e intervención) de Francia para liberar el territorio sahariano de las guerrillas del Ejército de Liberación marroquí que, tras la independencia de aquel país en 1956, no se integrarían en el ejército real. A punto estuvieron de deglutirse el Sáhara, siendo el comportamiento de las tribus Erguiabat y Ulad Delim, dudoso y oscilante.
Iconografía e iconología
Por lo que recuerdo y lo nada que sé de informática, uno sería el hard y el otro el soft. Por un lado estarían el soporte, la técnica, la estructura, pericia y artesanía y por otro el imaginario, la poética, la simbología, los valores culturales. En este campo se desenvolverían prácticas (literarias) y discursos (críticos), los hechos y su evaluación.
Sería la forma de deslindar textos y significados, marcos y proyecciones, tradición y rupturas, mudabilidad o inmutabilidad del gusto, recreación artesanal y avances, pasado y presente /futuro, transtemporalidad y época, manieras y cosmovisiones.
Hay lugares en los que se pretende distinguir entre poetas y narradores, cuando son primos hermanos entre sí. A los poetas, fabuladores de la sincronicidad, la iluminación y la analogía no se les opone los narradores, poetas de la cronología, causalidad y linealidad. A los dos se les enfrenta el mundo de las ideas, y el pensamiento, la percepción, conciencia y sentimiento del hombre, la época, de una tradición, cultura o visión del mundo. De acuerdo, a efectos de insularismo, procede referirse a todos como poetas. El insularismo constituye la mayor centralidad que se conoce, es un territorio de poetas y fabuladores, autosuficiente y aislado, de morosidad y sensualismo, tibieza y reconfortantes sombras. Lejanía. La época y el mundo resultan superfluos. Un buen lugar para importaciones al margen de urgencias o desfases, porque da igual.
Leyendo a Ian McEwan y Phillip Sollers
Ian McEwan es marqués de Redonda, recién nombrado por su promotor (de esa editorial), Javier Marías. Podría ser un guionista de series USA. Como Martin Amis y Julian Barnes (belicosos, lúcidos, irónicos y raros). Leyéndolos siempre seremos nosotros o quienes nos gustan y con quienes podemos identificarnos. No, por ejemplo mis padres, que pertenecieron a otro mundo, expresión, estética, inquietudes, arraigos, imaginario… otro mundo, como el circundante de casi todos los tiempos.
Phillipe Sollers .
Era un nombre asociado antes para mí al gran trampolín de la intelectualidad francesa, Lé Grandeur de 10 metros, nombres que hacen a las neuronas esclarecentes y vigorosas con Bataille, Blanchot, Lacan, Barthes… de fiero prestigio por servir de veneros de la posmodernidad.
El modo opuesto a la artesanía, aquí los géneros se difuminan y se intercambian y la creatividad literaria se expande, multiplicada a la máxima potencia por territorios ignotos, sin maestro de taller que les pueda seguir con planos y medidas.
He leído las falsas memorias de Casanova y sus remisiones, deslizamientos, lecturas trasversales..
Sollers además está casado con la psicoanalista e insigne intelectual Julia Kristeva, que no sabía, y ya me he emplazado para otra línea de encargos paralela al Sáhara: la de él, sobre Sade, pero también en otro sobre Sarte, Beauvoir, Houllebecq…
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