MOSAICO
José Rivero Vivas
Deseo, en primer término, expresar mi agradecimiento a
José María Lizundia Zamalloa, autor de Línea
líquida, cuya amable dedicatoria, en extremo complaciente, es homenaje, de
hondo arraigo, que representa para mí un gran honor.
Escritor de talla excepcional, Lizundia busca, en su
largo recorrido, adaptarse a la norma imperante, temiendo quizá -como casi
todos en España, y aun en el mundo-, ser definido de pretérito diseño. A este
respecto, creo haber leído en Unamuno: ser moderno significa pasar mañana, lo
cual es de fácil constatación en multitud de voces y modismos, de reciente
ayer, fuera de uso sin demora en su olvido.
Línea líquida, probablemente haga
mención a cette minceur de la ligne, en Préface à la
transgression, Hommage à George
Bataille, de Michel Foucault. Puede asimismo ser marcada intención del
autor de establecer que su discurso se halla exento de subterfugios, sin
variante ni distorsión del mensaje implícito.
El libro está redactado en lenguaje de evidente actualidad,
tras filtro consciente de las redes sociales de internet, cine y televisión, en
su versión española del original inglés-americano, enriquecido por las
constantes referencias a las múltiples lecturas de su autor, en análisis
informal, presuntamente décontracté,
con nítida intención de avivar lo expuesto, aun a riesgo de trocarse en erudita
arrogancia, síntoma característico del tercer mundo cultural, donde no cesa,
quien en él reside, de hacer alusión a su vasto conocimiento, vertido a través
de sentencias y propuestas, un tanto superficiales, aun cuando rezumen densa
sustancia, en acción detenida y atenta, lo que permite percibir su excelencia y
solidez. Ello nos remite a Gilles Deleuze: Un
style, c’est arriver à bégayer dans sa propre
langue. Más adelante, en estos diálogos, cita a Proust: Les beaux livres sont écrits…
La incorporación de supuestos extraños, entreverados en mítico
desorden, compone un todo consecuente, si la escritura aflora difusa en una
bruma envolvente, que le confiere magia y lisura; no sucede igual cuando su
impronta va desnuda, en clara manifestación de principios y conceptos. Así, la
proximidad en la repetición de vocablos, aun cuando sea intencional, alcanza en
parte un efecto funesto, quizá por privación de música y cadencia, cromatismo y
temple. Su estilo elevado, de amplio y rico vocabulario, cargado de citas y
nombres –aparentemente borgiano, por su culto donaire-, suele darse en
determinados ámbitos en que los protagonistas parecen no haber abandonado la high school en que recibieron su
formación, influidos placenteramente por el idioma inglés, que hoy luce y
señorea, en cada esfera social, como lengua ideal de fulgor y modernidad.
Desde el primer bloque se advierte el drive de su prosa, sin adecuada mesura a
veces, salpicada de descuidos, propios de la prisa, lo que nos lleva a las
declaraciones de Paul Virilio sobre la velocidad de traslado. Sorprende, empero,
su fuerza expresiva y la enorme agilidad imprimida al texto –por donde gana visiblemente
ritmo y acierto-, en el que aparecen bien contados los diversos aspectos de su
perspicaz singladura, pergeñados con altura de miras y hasta reflejados con
cierta gracia, lo que prodiga amenidad al escrito, aun cuando el lector se
sirva discrepar de su fondo y proyección.
Su crítica, acerba en muchos fragmentos, suele ser
ejercida desde un ángulo favorable al tradicional ganador, no por hallarse
henchido de razón, sino que su oferta estimula el instinto de posesión en el
ser, además de su experto manejo del enfoque propagandístico y publicitario. Ello
nos induce a pensar que su obsesiva defensa del espacio político, comprendido
entre su postura y más allá de la contraria, menoscaba su aire cosmopolita, así
como su legítima apertura y su autenticidad, lo que hace que el gran analista
se desvanezca en meandros de índole pasional.
Claro es que, este es criterio de quien lee, y, en texto
de ZiZek, con relación a diferente autor, encontramos que se debaten los
argumentos, no las opiniones. Lo cual nos lleva a conjeturar que, en la insistencia
de subrayar su radicalismo, da la impresión de querer justificar su militancia,
lo que es obvio, porque cada uno toma el sendero que estima menos abrupto. Hemos
de reconocer, sin embargo, que, pese a su talante d’enfant terrible, tiene la habilidad de no indignar con su soflama,
aunque es de suponer que no logre tampoco captar adeptos para su causa.
La concesión a los amigos, no obstante la nobleza que
ello implica, suele ser de adversa consecuencia, puesto que el lector, si
conoce el círculo, rechaza el hecho por considerarlo importuno, y, manifiesta
su indiferencia, si lo concibe extraño. Pero, cada cual escribe como quiere,
como buenamente le sale, y nadie tiene potestad para sugerir distinto procedimiento
en su quehacer. Ello nos recuerda el discurso de don Quijote a los cabreros y
la observación del mismo Cervantes, tratando de restar importancia a sus
propias palabras. De cualquier modo, en estos pasajes, relativos a gente de su
entorno, lugares preciados y países de su total devoción, es donde muestra más
calor, ternura y lirismo.
Línea líquida es, en suma, obra de corte apologético de cuanto en sumo
grado valora su autor, lo que es sin duda edificante para sus amigos, como es
fuente de encomio para aquellas personas afines a su exposición, que encarecidamente
ensalza y propaga. Quienes piensen y razonen en sentido opuesto, es posible que
en un principio se sientan presa de irritación y aun de iracundia; luego,
admitirán que se trata de reto intelectual, y, a este tenor, pueden disfrutar
de su férvido contenido, así como de la exuberancia de su léxico y de su
incisiva elocuencia.
José Rivero Vivas
San Andrés, diciembre de 2012