domingo, septiembre 05, 2010

Las tramas de la memoria

Este texto mío salió publicado en la revista Lúnula, del Ateneo Obrero de Gijón, patrocinada por el Principado y el Ayuntamiento de allí. Pretendo romper el tono que en honor a Ernesto ha mantenido el blog desde hace más de una semana. Ha sido hace un momento cuando me he dado cuenta que versa sobre la "memoria", aunque en otro sentido. Debe de tratarse de una elaboración inconsciente, porque lo podía haber colgado hace ya unos meses, cuando salió la revista, y se me ocurrió sólo ayer.


La verdadera memoria es la que es susceptible de trenzarse a través de los olvidos. No hay memoria sin olvidos, como no hay noche sin día ni muerte sin vida. Para indagar en la memoria hay que escarbar en los olvidos, sin la catarsis de los olvidos no hay memoria posible.
Como nos enseñó Freud -a quien la alianza de la posmodernidad y el progresismo ha enterrado, previa disolución de su legado- los olvidos o parte de ellos son los lugares que, declarados inexistentes, almacenan lo reprimido, lo que no se quiso recordar y fue conveniente desechar de forma inconsciente.
Borges, por medio de Funes el memorioso, alertó sobre el riesgo de una memoria sin olvido. El olvido es sagrado y la función psíquica que cumple es necesaria y fundamental, teniendo mucho que ver con la posibilidad de "volver a comenzar". Las reminiscencias diurnas dan forma y nuevo curso, en las construcciones oníricas, a los hechos vividos; la anámnesis ilumina y dota de contenidos a la conciencia.
La visión retrospectiva de los cosas, el mero flashback es algo que, injerto en el presente, permite mirar a un pasado que llega sin interrupción ni vacíos hasta el presente, y que es de muy fácil y rápido acceso. La remembranza inmediata no es más que una expansión natural del presente, que se encabalga sobre el pasado y futuro aboliendo sus fronteras. Pero la memoria no es una retrospectiva desde el presente sino un "hacer" como revelan expresiones como "haz memoria" o "estuve haciendo memoria". Cuando la memoria echa mano de su facultad cualificada de prospección significa que ya ha violado las fronteras del olvido y se está anexionando sus territorios pantanosos y en penumbra.
En realidad la condición para la memoria es el olvido, a él van a parar las redes con las que es posible "pescar" en sus cardúmenes, para luego extraerla como material recuperado del océano de la desmemoria. No hay titular distinto de la memoria que el individuo, y no hay tramo o condición de posibilidad temporal para articularla que el ciclo vital de cada quien. Es tal la importancia del olvido que tanto el psicoanálisis como antes la hipnosis confirieron a él y no a la memoria, el origen y fuente de los significados más profundos y determinantes. A diferencia de todos esos heraldos del olvido continuado durante todas las décadas posibles (por lo pronto permanecieron emboscados el franquismo entero), hasta cuando la oficialidad más mostrenca (que no había oído hablar del fascismo hasta entonces, y que tampoco habría actuado de tener edad) llamó a memorizar, yo dudo de la validez de la memoria, por tratarse en buena parte tarea o falseada o caduca para quien la ejerce. A esta conclusión llego cada vez que leo libros de memorias, género el memorialista muy de mi agrado.
Aún sin poder respaldarme en dato alguno, sospecho que la inmensa mayoría que han escrito sus memorias han querido, desde la niñez o la adolescencia a más tardar, dictarlas alguna vez. Por eso cuando llegan a su ejecución lo hacen bien pertrechados de notas, agendas, diarios, manuscritos, porque muy anticipadamente consideraron que ese día se presentaría y que tendrían que difundir su contenido.
Hay ocasiones que los libros de memorias me sorprenden por toda la recopilación de datos e información que son capaces de ofrecer: observaciones minuciosas, diálogos precisos, ordenada cronología o pensamientos aunque desfasados bien estructurados. Con lo que vienen a demostrar que la memoria no es la potencia que ha desarrollado el libro, sino que ha sido el material conservado para ese fin el que ha servido para sistematizar lo vivido que se quiere mostrar. Una tarea de sucesivos presentes (como son los diarios) mucho antes que de memoria. Hace dos años o menos que leí un libro de memorias de un autor desconocido para mí, aunque de mi misma añada, que versa sobre los años 70 y que da cuenta de la obra y milagros de mi generación (incluido el minúsculo puñadito que estuvo combatiendo al franquismo, ajeno a la memoria y enfrascado en el futuro). Me llamó la atención cómo el autor en aquellos años pero también en anteriores ya iba registrando todas las circunstancias y experiencias que atravesaba, en una montaña de agendas, cuyo fin último desde que inició sus tempranas anotaciones no fue otro que ese libro autobiográfico y generacional. Libro que en absoluto podemos considerar como un caso extremo o excepcional sino corriente, pues podría referirme a otros más.
Por tanto, soy de la opinión de que el memorialismo no es obra de la senectud o de balance de la experiencia de la vida, sino una decisión de la niñez acompañada de la férrea determinación de formalizarla mucho después de aquel propósito. Incluso creo que en muchos casos aquella decisión prematura de dar cuenta solemne de la vida por vivir, es lo que les impulsó a sus autores, como señala la teoría psicoanalítica, a dar el lustre y relevancia que era preciso dar a la vida pendiente de ser vivida para poder cerrarla con la gloria de la autobiografía, un género pomposo y senatorial. Quienes en verdad desearon con una fuerza ciega y poderosa justificar la vida compendiándola de hechos relevantes, o tal vez servir de ejemplo o suscitar interés para coetáneos y venideros, consagrarían sus vidas a alcanzar esos resultados urdidos en la niñez. Pero eso difícilmente lo contarán.

Llegado hasta aquí, es momento de postularme como circunstancial y fortuito contraejemplo. Si soy bloguero y escribí un diario (Diario de un abogado mundano) que abarcó 6 meses de mi vida, alguna autoridad tenía para asomarme al memorialismo. Mi diario no es que no siguiera los patrones o impulsos del memorialismo ( tantas veces los diarios no son más que memorias solapadas llevadas al día), sino que en esos seis meses siempre prescindía de mí (como eventual "voz rigurosa y sería"), para describir lo que dictaba una conciencia sonámbula, atorrante y fugitiva, amén de descreída, resuelta a no tomarse en serio ni un segundo, siempre sobre hechos colaterales y curiosos buscando acontecimientos que desde el punto de vista objetivo en absoluto lo eran. Creo que un empeño de este tipo muestra una actitud enemiga de cualquier veleidad, incluso encubierta, de memorialismo, el género infantil por excelencia. Aunque como lector persistiré en esas lecturas.

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