GLOSAS A MARRUECOS INTERCULTURAL, EL SURCO DE CHUKRI
DE JOSÉ MARÍA LIZUNDIA ZAMALLOA.
Gabriel Restrepo,
diciembre 31 de 2019, enero 1 y 2 de 2020.
Seminario San José
Obrero, Municipio de Arauquita, Departamento de Arauca. Colombia.
El título ya es
elocuente. Las fronteras, algunas más que otras, parecen cicatrices cuando
abundan en vallas, como en los terrenos minados, pongamos en Verdún. Recuerdan
más la herida que la sanación. Son susceptibles de abrirse. Admitamos: la
escritura es un surco: obvia, aunque olvidada sociedad de cultura y cultivo.
Pero si en el surco crecen los frutos, en las líneas se despliega el espíritu.
O los espíritus, para ir en contravía de Hegel. La escritura es un tejido. No
por trivial, la asociación de tejido y texto siempre asombra. Con la escritura
nos arropamos.
Los epígrafes: registran
un problema de visión, como si desierto y religión modelaran la imagen de sí
mismos como espejismos diseñados para no ver lo evidente.
(11) La
dedicatoria pone muy bien el acento en la interculturalidad.
(13-16: La historia de cómo llego a Marruecos). El introito sirve para asegurar muy
bien la dicción personal. Es la marca
de la libertad de Montaigne, creador del género del ensayo. Se trasgrede una línea para acceder con el mordisco del sabueso a
la testarudez del Tinduf hasta hallar la rancia “consunción de la historia”
(14), revelado el anacronismo bereber en la epifanía – aletheia- de la visión lograda en el trasiego de multiplicidades en
una calle de El Aaiún (15). Es como en paralelo lo que sucede aquí en Arauca en
la frontera con Venezuela cuando se comprueba que la Guardia Venezolana coopera
con el Ejército de Liberación Nacional – guerrilla colombiana- y aún con los controles militares colombianos
en el contrabando de gasolina, al por mayor y al detal. El sucio dinero impone
sus realidades sin importar tintes ideológicos. ¿Qué quedó del pasado de
guerras de liberación y de luchas anticoloniales? Nuevas tragedias olvidan las
antiguas. Es como si la página impar enterrara a la página par.
(17-20: Un libro de preguntas). Como ante la
Esfinge, el viandante se aboca a preguntas en torno a un misterio, aquí el de Marruecos. Según
fuentes a las cuales recurre Giorgio Agamben, Misterio es drama, conjunto de
gestos, acciones y palabras relativas a la suerte de un acto supremo del
destino (El misterio del mal, 2012:
14). Es el teatro de lo sagrado enclavado a contrapelo en un mundo prosaico. Ahora
bien, según los epígrafes que aquí cobran valor excepcional, debe ser un
foráneo quien pase del topos del
desierto al lugar poblado de la tierra madre de Marruecos para develar lo que
los “indígenas”no se atreven a descubrir (descubrir aquí como el correr el velo
de tradición y religión). José María
Lizundia Zamalloa usa con exactitud la raíz etimológica de investigar en
francés: chercher y rechercher, asociadas a cercle. Dar vueltas y vueltas en torno a
un topos, mirarlo por todos los
costados. Y las preguntas son fecundas cuando sale del lugar común donde se
suele andar en círculos viciosos: el desierto o el Tinduf, da igual. Y ello
implica dar ese paso de coraje que según Goytisolo y Saíd y José Antonio
González Alcantud los propios habitantes no se atreven a dar: interrogar al
lugar común. E incluso interrogar los silencios, los tachones, lo que suele
suprimirse, es decir lo reprimido y lo oprimido. El indagador es entonces un
iconoclasta: no admite ídolos o los acoge para demolerlos. Si los de adentro no
lo hacen, alguien tendrá que hacerlo y será el foráneo. No para dar con
respuestas a preguntas, sino para que cada pregunte engendre nuevas preguntas,
pues es lo que parece requerirse con más urgencia ante terra ignota, es decir no tanto tierra desconocida sino tierra
ignorada: no cancelar la sorpresa y el asombro.
(21-25: Renegados). La palabra renegados
significa una negación elevada a la segunda potencia. Pero cuidado: en José
María Lizundia Zamalloa no quiere decir una negación de la negación que sea
conducente a una síntesis, como la del célebre baile de tesis, antítesis y
síntesis. Porque, ¿a causa de qué todo ha de conducir a alguna parte y ante
todo a una parte llamada “superior”? ¿No hay como en la vida cotidiana
callejones si salida, regresiones, turbulencias, vacilantes espirales
irregulares de marcha hacia delante cuando retroceden o de vuelta a atrás
cuando progresan? ¿Esa fiera permanencia en un centro excéntrico pleno de
aporías, paradojas, retruécanos, oxímorons no es la condición luminosa de
alguien que al reconocerse como desolado proclama empero desde la aparente nada
la liberad y el coraje de pensar? Es la fiera postura de José María Lizundia
Zamalloa al acordar con un novelista desanimado y desasido de todos los dogmas
del maoismo chino:
“En la actualidad no tienes doctrina. Y
un hombre sin doctrina se parece más a un
hombre”
Xingjian, Gao.
2003. El libro de un hombre solo.
Barcelona. Planeta: 192.
Porque en épocas turbulentas, la pregunta
es la única clave para un “ábrete sésamo”. Zigmunt Bauman acudía a una figura
del pensamiento medieval que se amolda a la circunstancia del ser contemporáneo:
el interregno. En ese estadio no se dejan precisar muy bien los linderos de lo
viejo que cae sin caer, ni de lo nuevo que asoma sin afirmarse del todo. Son
estadios fantasmales, como los propios de duermevela. La épica del coraje
precisa hoy de saber pararse con las preguntas enhiestas en terrenos de arenas
movedizas. Los banderíos son legiones de fantasmas con las insignias
deshilachadas. Y los ferrocarriles del pensamiento, esas líneas rectas y
siempre progresivas son como catecismos de pasos del esclavismo al feudalismo y
luego al capitalismo y tras ello al comunismo que ya lucen como cuentos de
hadas semejantes a la pobre recitación de Comte del paso de la época teológica
a la filosófica y a la científica o a la de Fukuyama y secuaces con el
avistamiento de un fin de la historia.
Sí, Espinoza luce como adelantado muy
insular. Lástima que muriera tan pronto. La época no lo merecía. Aún dentro de
la tradición del catolicismo, la hagiografía de la mística oculta que la
Iglesia zahirió a Fray Luis de Granada, a San Juan de la Cruz – a quienes forzó
a prisión- y no menos a Santa Teresa, siempre recelada. El carisma siempre es
sospechoso y se cela con astucia por las mañas de la envidia organizada. El
mundo se mueve a sus anchas entre la dominación tradicional y la dominación
burocrática y a veces ésta sirve de mampara para que en su aparente novedad se
camufle lo viejo como nuevo, como pasa en las revoluciones rancias. Y es que
esa yunta de tradición y burocartismoy siempre traza ardides para reconducir a
los carismáticos, esto es a los renegados, a la órbita de la fe, esto es de la
jerarquía, o por lo menos para subordinarlos e invisivilizarlos. Así sucede por
igual en las democracias. No hay en esto nada nuevo bajo el sol.
Sí, José María Lizundia Zamalloa tiene
razón al elogiar los fueros comunales y territoriales, pero también al
recelarlos cuando absorben toda energía centrífuga. Pero queda del relato la
saga inmemorial de los renegados como búsqueda de libertad.
A propósito remito una entrada de
Facebook con una historia o leyenda muy hermosa en torno a los Amazigh – Los
hombres libres- que creo que empata a la perfección con el arquetipo del
renegado.
(27 – 31 Los escritores marroquíes en Francia, en tierra de nadie). A partir
de estas páginas mi escritura vacila. No puedo seguir de la mano al maestro del
ensayo, no porque no quiera, sino porque me lleva trechos, como si él anduviera
como el gato con botas de siete leguas y yo a trompicones. Su escala no es por
cierto frente al mapa la de uno a uno
-“el mapa no es el territorio”[1]-, pero es más próxima a
tierra que la mía, que ahora debo esmerarla como si sobrevolara con saltos de
garrocha con generalidades o como si anduviera torpe a trancos montado en
cómicos zancos.
Gracias a la lectura de Pan a secas de Chukri, facilitada no
hace más de dos años por la amiga que me inició en Marruecos, Clara Riveros, sé
de la atmósfera general, pero no avanzo más allá de los frontispicios de
Goytysolo, Bowles, Tenesee, Genet, con algunas lecturas de sus obras, no las
referentes a su estadía en Marruecos y eso de hace algún tiempo. Tampoco sé de
los personajes que van y vienen como el Moro Ricote en Cervantes entre uno y
otro lado del Mediterráneo y Francia.
No es sólo asunto de cercanía. Los
españoles tan engañados por el espejismo de Tinduf están mucho más cerca que yo
de la posibilidad de leer al derecho y al revés a Marruecos, pero no pueden
porque no quieren y ni siquiera saben por qué no quieren, que es lo peor: por
enojo contra Marruecos que les privó del reducto colonial, diría alguien, pero
entonces hasta obraran sin saberlo como lo haría Franco si viviera, queriendo
partir de allí para otra reconquista, qué se yo.
Pero puedo sacar provecho de la lectura
no sólo para “noticiarme”, como dicen, sino para intentar un diálogo respecto a
algunos temas donde pueda haber intersección. Que los hay y muchos. Impacta que
la categoría de renegados se desdoble en los renegados por artificio – así los
nombro yo con alguna picardía que explicaré-, los globales: Goytisolo, Bowles,
Tenessee, y por otra parte los renegados por el duro arte de la vida – Genet,
Chukri-. En los primeros hay algo de pose, en estos en cambio es como un estado
“natural”, si por natural se entiende el modelado de la calle y de la vida dura
como el pan y que por un milagro de la cultura alcanza la perfección de
expresarse a sí misma sin otra pauta que el tosco y empecinado carácter. Los
primeros a la vez son los que vienen aburridos de la resaca de sus países:
traen el cansancio con los metarrelatos,
están hartos de ver las repeticiones de la historia. No dejan de ser
“intelectuales”, en el sentido ya desusado y casi decimonónico de una palabra y
categoría que alcanzó a rozar la comedia y la entropía con Sartre y casi con Foucault,
pese a sus obras.
Como son “intelectuales” los que por el
contrario se van de Marruecos, pero no del todo, como parece que es el caso de
la marroquí exiliada en Francia: ¿a dónde van? A la corte, diría yo con sorna y
en mofa del regalismo francés. “Paris bien vale una misa”, como decía el dicho
del siglo XVI atribuido al candidato protestante a ocupar el trono católico y
por ende dispuesto a simular piedad. Traen como corresponde a los
“intelectuales” la buena nueva de la “civilización”, incluido el recetario de
la liturgia de la modernidad: el estilo, las maneras, el gourmet, la galantería;
pero no dejan de llevar al Reino de arriba – allí la marca del protectorado galo, de tan
contraria suerte al más modesto y fehaciente cuño del español – el exotismo de un
país del sur, sea el cus cus, sean los velos para cubrirse en ocasiones, sea un
trozo de desierto.
Son, en suma, modos de ser que acusan
todavía la mentalidad colonial, así protesten contra ella. Las pelucas se
adivinan tras el corte de cabello. Es que una cosa son las declaraciones y otra
muy opuesta la mimesis.
De ahí que para transitar por entre
fronteras culturales sea imperativo asumir la radicalidad del renegado de veras
que predica y practica José María Lizundia Zamalloa. No es fácil empotrarla en
uno pues ella implica instalarse en la sorprendente paradoja del meteco tal
cual fuera formulada por Edgar Morin en su libro Mis Demonios:
Pertenecía a
aquello a lo cual no pertenecía y no pertenecía a aquello a lo cual pertenecía.
¿Se comprende lo que entraña esta doble
negación? Yo diría que es el lema y el método de quien pueda proclamarse de
veras como el renegado en la propiedad de una libertad suma que exige un coraje
debido al desasimiento, como lo iniciara con su gesta solitaria Montaigne. Que
es el camino que sigue José María Lizundia Zamaolla y también yo trato de
seguir, aunque sé que no somos ángeles, ni tampoco fantasmas que hayan dejado
la osamenta allá abajo en la tierra. Si se observa bien, la sentencia de Morin,
no por azar casado con una marroquí,- tema que valdría la pena
explorar-coincide con la célebre paradoja de Roussell relativa a un conjunto
que sea el de los no conjuntos. Absoluta soledad, casi número imaginario,
existencia fantasmal. Ser fractal y liminal. Ni de adentro ni de afuera. Tachado
por los de adentro como extranjero y visto por los extranjeros como impropio.
Desasimiento he dicho con plena
intención. Es la misma palabra que usó Heidegger para titular un hermoso libro:
Gelassenheit, mal traducido como
serenidad, cuando quiere decir abandono total. Y porque el abandono acoge al
pensador, podrá llegar la serenidad, pero esta no es condición o atributo del
desasimiento que, como en la mística, opera de modo gratuito porque no admite
intereses. Fue lo que Rainer Maria Rilke enunció en la primera Elegía del Duino con la tonalidad de el
cuadro El Grito:
En verdad es extraño no habitar ya la tierra, [2]
no practicar ya ninguna aprendida utilería,
no asignar a la rosa ni a cosas parecidas
la condición de oráculos;
dejar de ser aquella cosa que disponían
angustiadas manos y aún abandonar
el nombre propio como juguete roto.
Extraño es no desear más deseos. Extraño
que todo lo sólido se disuelva en el espacio.
Y que el estado mortal sea aún tan grávido que
impida
sentir poco a poco la eternidad.
(Primera elegía, traducción mía).
Sólo que Heidegger
nunca pudo desprenderse del peso tribal tan fuerte en la tradición germana. Fue
una de las razones por las cuales adoptó al buen Hölderlin – ajeno a estos
cálculos- por su cantar a la Vaterland
y su Sehnsucht o nostalgia por
Germania. Y también la causa de que un pensador que tanto saqueara,
literalmente, a Rilke, lo desechara porque como ninguno antes que él el poeta
de Los Sonetos a Orfeo no tenía
patria distinta a Europa, si es que podría decirse de él que viviera en algún
lugar distinto al no lugar, es decir, a la utopía. Fue tal vez el primer
pensador sintiente cuya patria careciera de fronteras políticas. Pues luego de
la primera guerra mundial el lugar natal se perdió del mapa geopolítico por la
disolución del imperio Austrohúngaro. Caso casi tan dramático cual fuera el del
novelista húngaro Sándor Márai, con el pesar para éste de que su idioma era el
húngaro y su patria fuera envuelta en la telaraña del bloque socialista, como
relató en su mejor libro, uno autobiográfico: ¡Tierra, Tierra!, un libro indispensable para examinar las
estrategias de captura de la sociedad entera por el totalitarismo del
socialismo llamado real. Pero ambos,
junto a Musil, continúan ahí como faro
para un pensar denso.
(33-35. Antes que los renegados estaban los
divergentes). En este y en el siguiente pasaje sí que me he revuelto en el
huso de la cama por intentar dormir viendo cómo se escurren la una, las dos,
las tres y las cuatro de la mañana. Así en la cuenta de muchas horas, pasmado,
hasta que como suele sucederme con los sueños de enero del nuevo año di con una
clave autobiográfica que me despejó el camino.
Y es que frente al
psicoanálisis, o mejor: frente a las muy distintas modalidades de psicoanálisis
yo fui y soy un triple renegado. Triple porque pasé por tres divanes, cada cual
con su tendido propio: Freud&Fromm; Freud&Lacan&Melman (un
disidente de Lacan); y el peor: un psiquiatra&abogado forence&prozac
(la supuesta pastilla de la felicidad, no tan útil para una anamnesis como un
cigarrillo de bazuco, como exagero por burla).
Al paladear muchas
veces durante la noche la palabra “re/negado” y al disponerme a escribir los
sueños en el diario que llevo, sueños de la segunda jornada del primer mes del
20-20, caí en la cuenta de que el primer psicoanalista – un excelente defensor
de los derechos humanos, un magnífico escritor de algunas novelas y un mejor
escritor comentarista de Freud&Fromm y quien tuvo la bondad de remitirme a
Derrida y otros pensadores galos –, pero pésimo psicoanalista pese a ostentar
el nombre del visionario José- paladeaba como vino en su glotis un nombre
vecino de la palabra renegado: - el psiconálisis, sostenía, operaba frente al
paciente por apófasis.
Esta es una palabra
desaparecida por anacrónica del diccionario de la Real Academia. Es lástima
porque el anacronismo es fabuloso. Es un concepto de la filosofía y de la
patrística griegas propio de la teología negativa y por ende de toda mística,
esto es: que de Dios no puede predicarse nada positivo porque lo máximo que se
puede hacer es denegar cada atributo posible por impracticable: mucho antes de
Karl Popper quien negará la posibilidad de verificar cualquier teoría, pues lo
máximo posible es falsarla, la teología negativa reaparecerá con carácter
secular y sería muy consentida en el pensamiento paradójico de Derrida.
¡Así pues y para
remitirme a los efectos prácticos de tal psicoanálisis, fue la apófasis un
elegante modo de ningunear, como se dice, al pobre paciente tratado como un Dios!
¡O como un diablo, porque en la concepción gnóstica son uno y lo mismo,
confundida su lucecilla con la gran sombra que lo abriga y a la vez esconde! Y
no es que, como pudiera fantasear el analista, el paciente quiera copular o
algo así, ni más faltaba, con el senex
que se asienta en la cabecera.
Se trata de una
estrategia que el mismo Freud esmeró en uno de sus últimos escritos técnicos: Las construcciones en el psicoanálisis.
Donde como un Dios sentencia que el valor de las construcciones es absoluto,
sea que el paciente las afirme o las niegue. Como quien dice: con cara gano yo,
con sello pierde usted, pues de cualquier modo la afirmación o la negación
arrojan una información para el analista. ¡Y sólo hasta ahora calibro que las
sucesivas negaciones a concederme el premio de poesía mística obraron en el
mismo sentido de desaparecer al ya invisible, por lo cual agradezco a otro José,
José María Lizundia Zamaolla la oportunidad para pasar indemne por el duelo!
Porque en el
fracaso y en la sombra también hay virtud en potencia. Pues valido de todos los
renegados del psicoanálisis, los heterodoxos y herejes, de Jung a Ferenzci a
toda la escuela húngara, Melanie Klein, ejemplar, y Niklas Abraham y Marie
Torok, es decir, de todos los condenados y vueltos a condenar por Lacan porque
del defecto yo sacaría ventaja para forzar a Freud y aún a Lacan a reclinarse
en un imaginario Diván: someterlos a apófasis y a cura a posteriori.
Dos ejemplos entre
decenas bastarán aquí por ser pertinentes: cuando se pontifica en torno a que
el camino de castración deberá conducir al paciente a seguir En el nombre del Padre la senda de la
Ley será forzoso pensar de modo iconoclasta en dos dimensiones. Primera, ¿por
qué no habrá de seguir el analizado su destino precursado En el nombre de la madre? Allí hay no solo un factor de género, sino
un problema muy complejo al cual retornaré: la desatención del papel de la
madre en la formación del sujeto, tan puesta en evidencia por Mélanie Klein a
contrapelo de Ana Freud, hace perder de vista el papel del eros en el vínculo entre comunidad y sociedad y por ende la
posibilidad de alcanzar alguna conciliación entre la techné y el eros que
trascienda la lógica del uso de la mujer como gancho del consumo adictivo.
En segundo lugar,
como el mismo Lacan intuía, la autoridad del padre como portador del sentido
simbólico para equilibrar lo real y lo imaginario, su nomos, su encarnación de la Ley y del Logos, contiene un a-nomos arbitrario y autoritario, una
anomia fundamental. Fue la gran genialidad de Kafka develar esta paradoja no
solo en su Carta al Padre, sino en El Proceso y El Castillo.
Es lo mismo que
sucede con el Estado que en su raíz definida por el Leviatán funda la ley
mediante el terror y en suma en una ausencia de ley, que aquí y allá rebrotan
si no hay contención democrática como un excedente de violencia arbitraria de
Estado. Como examina Giorgio Agamben en relación a la Iglesia, la legalidad que ella predica se funda en
último término en una ilegitimidad
cuando, como cuerpo doble, celestial y terreno, lleva en su entraña la potencia
maléfica del mundo, por tanto en forma de simonía, corrupción y pederastia,
amén de muy distintas formas de coerción moral y de terrorismo psíquico (ver el
texto El misterio del mal de Agamben).
Esta ambigüedad
estalla como dinamita tan pronto se confrontan tres modalidades de Berith, el concepto usado por Weber para
describir la alianza del pueblo israelita con Dios: la judaica, la islámica
radical en sus formas de yihadismo y –sorprenderá sin duda esta tesis por
iconoclasta- la del pacto secular del Destino Manifiesto de Estados Unidos.
Esto último por la preservación a rajatabla de la Segunda Enmienda, la que
proteje los derechos de cualquier individuo a armarse. Para Sloterdijk en
diálogo con Finkielkraut (Los Latidos del
Mundo, en francés 2003) Estados Unidos es de los pocos países donde no se
da la condición propuesta por Max Weber del Estado moderno instituido como guardián del monopolio de la violencia legítima dentro de un territorio. Las
palabras que emplean para juzgar este hecho con elocuentes: faltó la castración
hobbesiana en la constitución del Estado. Así que el paraíso de las libertades,
tan propicio para la creatividad colectiva, ocurre al mismo tiempo que en lo
interno y en lo externo hay una fascinación por las armas y por ende por la
violencia. El poder cualquier poder del gran Estado norteamericano, no se puede
comprender sin el peso de la Asociación del Rifle y del vínculo con el
armamentismo interno y externo.
Lo anterior se
probó de manera dramática y espectacular cuando Estados Unidos en cabeza de
Trump prosiguió sin chistar nada por la tremenda violación de los derechos
humanos y del derecho internacional que concede a las embajadas el rango de
santuario contra las vejacioines la venta de un lote de armas por mil millones
de dólares luego de que fuera asesinado en la embajada de Arabia Saudita en
Turquía un periodista saudita contrario al régimen. Y cuando por lo demás se
propone la solución a los maestros de armarse para defenderse de las masacres
escolares. En ambos casos, la prédica de los derechos humanos se subordina,
como en tantos otros casos nacionales e internacionales, a la obnubilación por
el armamentismo.
Todo lo anterior
sin considerar algo que me he esforzado en plantear en libros y ensayos
inéditos: que el capitalismo de Estados Unidos no es un movimiento secular,
pues más allá de lo sugerido tímidamente por Marx y de lo estatuido
positivamente por Max Weber no solo tiene una raíz teológica protestante, sino
que es una religión camuflada, incluso con elementos de la magia antigua
transferidos como sociedad del espectáculo y consolidados por una liturgia de
las transacciones de dinero de tal fuerza que convierte a los grandes magnates
en los monoteístas del mundo por controlar el valor de cambio y a la multitud
del mundo en politeístas adoradores de los pequeños valores de uso.
(33-35:
Antes que los renegados estaban los divergentes): nada de las
circunvoluciones anteriores niega lo que de modo meridiano asienta en su vuelo
analítico José María Lizundia Zamaolla, sea por su propio razonamiento, sea
amparado en pensadores que yo desconozco y a los cuales trataré de prestar
atención, como en este caso el sirio Adonis, pero quizás permita modular con
mayores matices el asunto para develar ese misterio tremendo que encierra el
vínculo entre sociedad árabes e islamismo en sus diferentes variedades, que las
hay muchas.
Y aquí manifiesto con júbilo mi entera
adhesión a su idea de hallar cauces de moderación en los renegados y disidentes
dentro del mismo islám. Nuestro punto de encuentro es la figura somera del
murciano Ibn Arabi, otro pensador que en su propio periplo encarnó en su arco
vital de España a Marruecos, al Magreb y a la Anatolia, él solo, la
configuración de una eticidad tan propia a la vez que acendrada dentro de la
tradición islámica. No se puede desdeñar en ello su afectación por el prodigio
de El Andalous múltiple y tolerante.
Sigo en este encuentro más allá de lo que
ya planteara yo en Marruecos, Rosa de los
Vientos, en torno a la milagrosa confluencia de las místicas católica,
hebrea e islámica. Del tiempo de la escritura del libro, ya corrido medio año,
me he dado en bajar de internet, del portal de Academia Edu, no menos de veinte
ensayos y libros que versan en torno a la probadísima influencia del sufismo en
la moderación del islám, no solo en su dirección de Turquía y Pakistán a su
diálogo con el hinduismo en India, ni tampoco solamente en su fecunda amalgama
con diversas modalidades del budismo en el sudeste de Asia, sino también su
efecto quizás menos examinado pero muy probable en dirección hacia el occidente
de África, incluido por supuesto Marruecos. Una de las tareas que me propongo
en este primer semestre es examinar esos materiales para escribir algún ensayo
que pudiera ser relevante.
Porque parto de una convicción: la
democracia y la modernidad no son recetas únicas. En ello encuentro acuerdos
plenos con José María Zamaolla. Hay problema por supuesto comunes a todas las
latitudes, como este que intenté formular en un género que no es que sea
propiamente propicio para estas reflexiones, como es el de la poesía, y más en
el poemario fracasado titulado ¡Sólo el
Amor!:
Tú me enseñaste que en lechos sociales mal se
avienen a copular bajo mismos cobertores la pareja tan dispareja formada por
igualdad y libertad. Lo revelaste por el hermano detenido en perpetua infancia
al cual debí ceñirme. Porque si a libertad no se le mondan antojos echará a la
igualdad y aún la expulsará de casa. E igual sucederá a inversa. Ni se precisa
del horror de Procusto para achicar demasías o alargar figuras, a fin de que
símiles tan disímiles acuerden respirar unísonos; ni tampoco la fraternidad
será el remedio, pues tantas veces fuera peor que la enfermedad cuando
ejércitos de hermanos degollan a caudas de rivales hermanados. La sabia mesura
del espíritu dicta que la solidaridad sea el rostro secular de eros y caridad
por los cuales el límite de cada uno sea el espacio donde el otro inspira. Así
ruegas que tantos reclamos por la concesión de derechos propios superen
clamores infantiles al mirar con temple los derechos de otros, semejantes pero
también disímiles y los concilien en pensamiento y obra con la liturgia de
deberes, pues solo así habrá concierto. Honro al hermano que fuera maestro
aunque se reputara como tonto puro, el menor siendo mayor.
El hecho es que la democracia necesita recrearse cada día en cada lugar
partiendo en cada caso de un humus propio y de paisajes, comunidades, sistemas
sociales y culturales distintivos poniendo en juego en cada lugar la
creatividad social y personal de los dolientes de cada lar. Fue por esta razón
por la cual no cabía de mi asombro y no escatimé razones para ponderar en la
tercera parte del libro Marruecos, Rosa
de los Vientos como milagrosa obra de transformación social la emprendida
por el amigo Bachir Edkhil con la Fundación Alter Forum Internacional con sede
en Smara y El Aiún: por una razón que allí argumenté pero que merece todavía no
pocos escolios: por aliar el eros
comunitario encarnado en la figura de la mujer con la techné dominante en los sistemas sociales. Pues para resumirlo en
pocas palabras, el matrimonio simbólico de la comunidad con el Estado, uno que
parta de sus diferencias radicales y su tendencia a disociarse, es como alcanzar
la gracia de un sosegado oxímoron sobre la tierra. En esos suaves pero rápidos
cambios y no en griterías, ni fusiles, ni reyertas radica la posibilidad de
abrir avenidas para vivir en convivencia con la naturaleza y con los
congéneres.
(37- 40: Dos acidentes separados por meridianos). Antes de abordar en pleno
esta decisiva inter/sección, vale la pena tratar un asunto pendiente, no
irrelevante para ilustrarla mejor. No culpo del todo a los analistas por
reafirmarme como renegado a través de una severa apófasis. Hay un telón de
fondo que explica por qué resbaló el psicoanálisis en la interpretación cabal
de mi drama existencial y por qué precisaría de muchos rodeos para dar cuenta
razonada del malestar contemporáneo.
Mi padre quedó huérfano de madre con la
denominada Gripa Española de 1918. Apenas contaba con dos meses cuando el seno
tibio de la madre se convirtió en el seno helado y por tanto malo de su
infancia. Fue como si en toda su vida debiera recitar una y otra vez los versos
más tristes de Paul Celan: escritos en 1952 cuando yo tenía seis años por lo
que parecieran destinados al pobre infante:
Negra leche
del alba la bebemos al atardecer
a mediodía la bebemos de mañana y de noche
a mediodía la bebemos de mañana y de noche
bebemos y
bebemos
y una tumba en el aire cavamos estrecho allí no se yace
y una tumba en el aire cavamos estrecho allí no se yace
Vive un
hombre en la casa juega con serpientes escribe
y escribe
Alemania al atardecer Margarete tus cabellos dorados
escribe y sale de la casa y fulgen las estrellas y silba a sus perros venid
escribe y sale de la casa y fulgen las estrellas y silba a sus perros venid
y silba a
sus judíos que salgan cavad una zanja en la tierra
tocad nos manda danzad.
tocad nos manda danzad.
Pero
es necesario ir más allá a través del
pathos para comprender los signos cruciales de los tiempos impuestos a
distancia a un infante. Dolido por la viudez y con seis hijos a cuestas, el
consorte, el padre de mi padre se entregó sin remedio a la adicción a la
morfina, de la cual murió cuando mi padre contaba apenas con seis años. Antes
de lo cual lo había entregado a la custodia de una viuda costurera pobre a
cambio de algunas morrocotas.
Puede
figurarse el desorden tremendo de las coordenadas vitales de mi padre si se
mide en términos del famoso Nudo Borromeo de Lacan, en el cual cifraba su
maduro aporte a la nueva versión del psicoanálisis:
La
convención indica que el anillo rojo por servir de fundamento denota lo Real. El izquierdo incluso si juega con
las lateralidades del hemisferio derecho del cerebro y de su mandato sobre el
sistema parasimpático vecino al corazón mentaría Lo Imaginario. Y el derecho en contrario sentido por aludir a lo
recto se ordenaría en función del sistema simpático del sistema nervioso
autónomo y se referiría a Lo Simbólico.
El equilibrio de la psique radicaría en la función mediadora de lo simbólico
(lo que denomino en mi Teoría Dramática
y Tramática de las Sociedades
como la poiesis simbólica en general,
incluidas las significaciones de ciencia, tecnología, técnica, las estéticas,
las éticas y las profundas) para aparejar lo imaginario de tal modo que no se
desborde psicóticamente como “la loca de la casa”, según la célebre expresión
de Santa Teresa de Jesús.
Maravilloso
concierto, se diría. Sólo que es muy cartesiano y como examinaré los anillos
caen como el tiempo “out of joint”, fuera de quicio, a tono con la expresión
agónica de Hamlet. Porque para referirme al caso de mi padre y por ello a la
propia deriva de mi destino: ¿qué fue Lo Real, qué Lo Imaginario y qué lo
Simbólico? Sus padres reales devinieron imaginarios, esto es: ficticios,
virtuales. En tanto que su madre adoptiva fue putativa, esto es imputable como
virtual. El mismo desorden dramático bajo los cielos de ese anclaje biológico
real que es el sistema de parentesco.
¿Qué
salvamento simbólico sirvió a mi pobre padre para esquivar la psicosis, siempre
al borde de ella? La respuesta es asombrosa: el fútbol, esto es el juego. Fue
número diez de la base del club Millonarios hasta que se jodió la rodilla sin
remedio. Pero aún así, baldado, el juego – esa dimensión tan cara al mundo
español- siguió siendo su precaria tabla de salvación. Así que sólo hasta hoy
cuando escribo estas líneas con sumo agradecimiento a José María Lizundia
Zamalloa comprendo y disculpo mi ludopatía.
Pero
he de trascender la anécdota biográfica. Porque esa pasión por el juego como un
precioso pero siempre arriesgado esguince al caos fue el fundamento del barroco
europeo y americano. Forzado por la Contrarreforma y por esa fuga precipitada
del mundo real hacia las nubosidades del solecismo, el talante estético
español, en yunta con el ya descosido imperio austrohúngaro se sirvió del
prodigio de la ficción en retablos, capillas, ornamentos, procesiones, estampas
para tornar presente lo impresentable – Dios, los santos, lo celeste - o
cercano lo absolutamente distante – el Rey, la Reina, la Corte. De suma pobreza
el barroco horneó panes benditos y a punta de encantamientos casi del orden
mágico tornó verosímil lo inverosímil. Prodigioso juego aunque a la postre se
descubriera que más allá del estuco y del barniz sólo había tumbas. La misma
nada, el vacío sum.
Pero
el barroco inficionó a contrapelo toda la modernidad y está en el fundamento de
la polisémica crisis de representación que atravieza todo el siglo XX. Otra vez
se recita el cuento de que los vencedores quedan vencidos por aquello que
dominan. Pues no se entiende el capitalismo ni menos el post-capitalismo, si
cabe el término, sin el aprendizaje del
gran laboratorio barroco, así como serían ininteligibles los discursos en torno
a la división de poderes, ni el novísimo estatuto de los derechos civiles y
humanos sin contar con los precedentes del Derecho Indiano con sus particiones
milimétricas, así fueren inoperantes tantas veces en terreno, y sin el Derecho
de Gentes como una inaudita gesta para afrontar la infinita diversidad derivada
de las nuevas tierras y las incontables multitudes ladinas.
Solo
que aquella estética forzada por la roca de una realidad compleja devino
cálculo perverso de la techné en la
manipulación de la masa mundial. ¿Qué es la perversión? La RAE define en
segunda instancia el concepto así:
“Inclinación antinatural
en los instintos y el comportamento”.
Destaco
en cursiva el calificativo de antinatural por asociarlo a lo virtual o
imaginario. Es la Matrix, así de
simple. Una realidad virtual – palabra que sería un oxímoron si no fuera porque
lo virtual es hoy más real que lo mismo real- que absorbe todo el panorama del
mundo y que hace que estalle en mil pedazos la serena y sobria figura del Nudo
Borromeo. Pues hoy lo simbólico deja de ser la mediación áurea para distinguir
lo real de lo imaginario. Y no deja de ser casual que la formulación del Nudo
Borromeo fuera desecha ya desde 1967 con la publicación del libro ya clásico de
Guy Debord La Sociedad del Espectáculo.
¡Nada
empero nuevo bajo el sol, se diría, pues es un ritornelo del mito de la Caverna
y una remembranza del asedio de los idola
denunciados por Bacon en el Novum Organum:
de la tribu, del foro, de la misma caverna y del teatro.
No
quisiera empero atribuir una malévola inteligencia a quienes dominan la escena
del sujetamiento contemporáneo. Porque el problema va más allá de las
voluntades o de los engaños. Pues sucede que la irrupción de los medios de
comunicación y del mundo audiovisual nos ha cogido muy de mañana con los
calzoncillos medio puestos y medio cagados, para burlarme.
Nos
falta una profunda semiótica propia de lo que el amigo matemático y semiólogo
Fernando Zalamea denomina como una razón expandida, que es precisamente la que
puede brotar, como él argumenta, de las cenizas del mundo hispanoamericano y a
través del juego estético, se diría en el númen de Fedricho Schiller: una que
no se restringa al logos, sino que lo
hermane con el eidolon o imaginería
estética del misterio como drama sumo, con el eidos o sea con las ideas como arsenal simbólico, con la phoné u oralidad tan pródiga en estas
latitudes ladinas y por supuesto con la
physis, la zoé y el mismo bios como nuestro sustrato común.
Y
es aquí, desde este balcón, donde me asomo a glosar este pasaje de la fabulosa
narración de José María Lizundia Zamaolla. Pues, ¿no es acaso en este puente
tan estrecho donde la deriva continental ha aproximado a dos continentes donde
podremos encontrar los hilos de esta razón expandida? ¿No es por España y su
triple mirada a África, América Ladina y a Europa donde podríamos encontrar la
razón de esa nueva trinidad que dibujara a contrapelo de la Inquisición el
pintor neogranadino Arce y Ceballos en el siglo XVII tan barroco? Con los
debidos matices, ¿no es en esta juntura donde podríamos hallar el hilo de
Ariadna del Eros tan bien predicado
por Lizundia para emergir del laberinto indemnes y más creativos? ¿No sería
esta triple mirada desde una figura mestiza y hasta zamba la que nos permitiría
enmendar esa rotura del famoso Nudo Borromeo no por cierto para topar con la
Arcadia, sino simplemente para hacer más llano y amable este pasaje por la
tierra?
[1] Frase muy citada por el gran
Gregory Bateson que nunca la reclamó como suya, porque no lo es, pero que pasa
como muy suya y que será motivo de uno de los más deliciosos relatos breves de
Borges: El rigor de la ciencia: En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal
Perfección que el mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el mapa
del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no
satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que
tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él.
Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones
Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo
entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los desiertos del
Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por
Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.
Suárez Miranda, Viajes de Varones Prudentes,
Libro Cuarto, Cap. XLV, Lérida, 1658.
[2] Este segmento es lo más
precioso de la primera elegía. Es la canción del desolado. La elocuencia del Hombre sin Atributos, la novela de
Robert Musil que en sentido estricto ha debido traducirse en su título Der Mann ohne Eigenschaften como El
hombre sin propiedades, en el sentido polisémico burgués de “propiedades” como
cualidades o bienes. El clamor de quien lo ha perdido todo. Resonará en Stig
Dagerman: Nuestra necesidad de consuelo
es imposible de colmar: del desheredado no ya del paraíso, sino de la
naturaleza misma.
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