domingo, febrero 04, 2018

El culto a los muertos y oferta de religión

Aquí perdí la fe, en el colegio de los jesuitas de mi pueblo 
El sábado y el domingo he estado en el tanatorio, dos jornadas muy refrescantes. La finada era la madre de Rosita, la pobre mujer se ha resistido durante 101 años a abandonar este valle de lágrimas.  Habrá algo más siniestro que la eternidad, para mí no. Para mí es mucho más tenebroso que, para la mayoría, la muerte. La madre de Rosita iba muy encaminada  a la eternidad, lo mismo que le ocurre a la madre de Fer, ofuscada en pasar a la segunda centuria de vida, tiene 100. Estar con Rosita sus hermanos y amigas siempre es una alegría.
Ayer fue la misa, y hable con gente que quiero, la sobrina Yasmina (de Tractoria) su madre, Sabela y por fin conocí a su hija que ha vivido en Los Ángeles, tras estudiar en Londres: ¿Dónde vivías en LA? En Hollywood. Sí ¿pero en qué Hollywood?  En Hollywood, en el centro. No iba a discutir con ella.
La misa es como una cosa de barrio obrero, chata, deslucida, fría, antiestética, incompatible con el hálito más débil de espiritualidad, todo es mediocre. Es como una cosa sindical.
Qué diferencia con mis misas en los jesuitas. Aquellas eran de verdad, aunque en mi lograron que perdiera la fe, igual hasta en la misma eucaristía. Perdí la fe, sí, pero a cambio descubrí la antropología y la metafísica profunda. Al mundo no lo gobernaba nadie. No dije nada, me parecía tan obvio no creer que no era menester pregonarlo como hacen los tristes y severos progres, yo no le di ningún mérito.  Mérito era creer. Los que tendría que dar explicación eran los creyentes, a esos sí les escucharía, no a los progres que buscan denodadamente la admiración de los demás. Son tan repujados en oro y plata sus blasones de moral que lucen, que se muestran como ejemplo, la mejor encarnadura, la honestidad más profunda. Sin intuirse idiotas.
Quienes conocimos las misas de verdad, estos responsos de ceremonial paleto sindical, a los que  solo faltan las chanclas, la camiseta de tirantes, los pantalones cortos o de chándal es como  otra cota  alcanzada  por  la teología de la liberación, sin guitarras, ni ñoñería, ni afectación de mucho sufrimiento y una solidaridad abstracta con los oprimidos  que no les entran en el pecho. De tanto amor que embalsan.
Deberían abolirse  las misas  y cerrar las iglesias, porque rezuman ordinariez, vacío, evidencian  desnudez y ni una sola conexión trascendente. No vamos  a hablar de la experiencia de los sagrado, porque esas capillas las hacen imposibles.
Por supuesto, sigo perteneciendo a la Iglesia católica y católico moriré, al margen de que no sea creyente. Pero me voy a permitir recomendar dos cultos religiosos: si se quiere mantener una gran experiencia de trascendencia religiosa que ordene la vida y que no decepcione: el islam; si lo que se quiere es algo muy personal, racional, filosófico y metafísico: el protestantismo.  


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