Aquí perdí la fe, en el colegio de los jesuitas de mi pueblo
El sábado y el domingo he estado en el tanatorio, dos
jornadas muy refrescantes. La finada era la madre de Rosita, la pobre mujer se
ha resistido durante 101 años a abandonar este valle de lágrimas. Habrá algo más siniestro que la eternidad,
para mí no. Para mí es mucho más tenebroso que, para la mayoría, la muerte. La
madre de Rosita iba muy encaminada a la
eternidad, lo mismo que le ocurre a la madre de Fer, ofuscada en pasar a la
segunda centuria de vida, tiene 100. Estar con Rosita sus hermanos y amigas
siempre es una alegría.
Ayer fue la misa, y hable con gente que quiero, la sobrina
Yasmina (de Tractoria) su madre, Sabela y por fin conocí a su hija que ha
vivido en Los Ángeles, tras estudiar en Londres: ¿Dónde vivías en LA? En Hollywood.
Sí ¿pero en qué Hollywood? En Hollywood,
en el centro. No iba a discutir con ella.
La misa es como una cosa de barrio obrero, chata, deslucida,
fría, antiestética, incompatible con el hálito más débil de espiritualidad,
todo es mediocre. Es como una cosa sindical.
Qué diferencia con mis misas en los jesuitas. Aquellas eran
de verdad, aunque en mi lograron que perdiera la fe, igual hasta en la misma
eucaristía. Perdí la fe, sí, pero a cambio descubrí la antropología y la
metafísica profunda. Al mundo no lo gobernaba nadie. No dije nada, me parecía tan obvio no creer que no era menester pregonarlo como hacen los tristes y severos progres, yo no le di ningún mérito. Mérito era creer. Los que tendría que dar explicación
eran los creyentes, a esos sí les escucharía, no a los progres que buscan
denodadamente la admiración de los demás. Son tan repujados en oro y plata sus blasones
de moral que lucen, que se muestran como ejemplo, la mejor encarnadura, la honestidad más profunda. Sin intuirse idiotas.
Quienes conocimos las misas de verdad, estos responsos de
ceremonial paleto sindical, a los que solo faltan las chanclas, la camiseta de
tirantes, los pantalones cortos o de chándal es como otra cota alcanzada por la
teología de la liberación, sin guitarras, ni ñoñería, ni afectación de mucho
sufrimiento y una solidaridad abstracta con los oprimidos que no les entran en el pecho. De tanto amor que embalsan.
Deberían abolirse las
misas y cerrar las iglesias, porque rezuman ordinariez, vacío, evidencian desnudez y ni una sola conexión trascendente. No vamos a hablar de la experiencia de los sagrado, porque
esas capillas las hacen imposibles.
Por supuesto, sigo perteneciendo a la Iglesia católica y
católico moriré, al margen de que no sea creyente. Pero me voy a permitir
recomendar dos cultos religiosos: si se quiere mantener una gran experiencia de trascendencia religiosa
que ordene la vida y que no decepcione: el islam; si lo que se quiere es algo
muy personal, racional, filosófico y metafísico: el protestantismo.
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