El martes pasado, a raíz de una conversación previa (al programa) en el bar a orillas de la 3 de mayo que nos arrastró al western (en el programa), pensé en un bucle final de índole literario (pero en mayúsculas, a lo que no se puede renunciar), tema desarbolado por la no pedida lección de antifascismo fósil y catecúmeno, de la mano del gran western (literario) de nuestro autor de moda McCarthy, que no pudo ser, ya que devenimos en la ocasión en seres con babero para el aprendizaje de la historia y las ideas más ñoñas. Y banales.
Meridiano de sangre de Cormac McCarthy (para los recién incorporados, la mejor novela norteamericana de la segunda mitad del S. XX, a decir de Harold Bloom) es una suerte de gran poema homérico sobre el western (literario). No se trata de la descripción “etnográfica” de todas las fases de la epopeya del oeste (como mi hermano atribuye a Clint Eastwood la invención del western historicista), sino de su plasmación plástica y de su alma. O de su anima que decía Jung. Un mundo tan real como onírico, en el que como en todas las empresas desmedidas del ser humano, nuestros delirios conforman el eje central de la realidad alterando radicalmente su propia sustancia.
Si McCarthy es también el western con una sola obra, DeLillo es la más sutil y refinada antítesis intimista. De la sucesión avasalladora del tiempo (y la acción) y la mayor virtualidad del espacio, a la concentración del instante en su inmovilidad ontológica, apenas inquietado por el moroso fluir de emociones y pensamientos. Del barroco austriaco al zen de Kioto.
En lo demás, mi inmersión en el Sáhara no hace sino ahondarse. Es mi dedicación. No hago otra cosa, no salgo, no veo la televisión, sólo Sáhara. Incluso me adentro en internet en su búsqueda. Hasta a mí me llama la atención.
Hay un discurso sobre el Sáhara, el de todos sus partidarios, que no lo son tanto del Sáhara (hay saharauis dentro del Sáhata) como del Polisario, del Movimiento, una palabra mágica, totalizadora , un orden tan puro como cerrado.
El gobierno, la España oficial pro marroquí de siempre, carece de discurso, piensa en términos políticos y diplomáticos. Casi no es España. España profunda, quiero decir, hidalga, moral, de principios, creyente, idealista, soñadora, ejemplarizante y castiza.
El Sáhara es nuestro último metarrelato, y eso sí me interesa.
El Sáhara es nuestro último metarrelato, y eso sí me interesa.