Desde que mi libro comenzó a coger un rumbo, a dibujarse sus líneas maestras y a saber yo cuál sería mi aportación, enseguida me
encontré con unos interlocutores con los que dialogar y debatir sobre
literatura canaria.
Eran los mismos autores que la habían estudiado y que yo ahora
estaba leyendo, por fin tenía un espacio de encuentro, interpelación, de
discrepancias tras las enseñanzas provechosas que venía recibiendo. Pronto
compruebo quienes son los destinatarios de lo que estoy escribiendo, a que
debates me puedo incorporar, que ideas confrontar; se trata preferentemente de los profesores y catedráticos
de literatura (canaria o no). No perteneciendo a la Universidad es un poco
osado elegir esos interlocutores, pero eso era lo que estaba haciendo, estaba escribiendo bajo una interacción muy
sugestiva y enriquecedora. Me asentaba como en todos los estudios críticos
en una tradición, a través
de unos autores que me guiaban y con los
que reflexionaba. Aunque no solo trabajos críticos sino también de ficción.Curiosamente en los dos últimos capítulos del libro sobre el momento socioliterario de Canarias, desparece el mantel de la mesa y no hay interlocutores. No habrá ni doctorandos que prueben adentrarse en El Dorado que supone el tema. Habrá complicidades, algunas, pero ningún seguimiento por el camino mostrado. Lo sé.
Tan férrea, oficiosa, parainstitucional esa unanimidad de lamentos y delirios, esa sorprendente combinación de depresión, brote psicótico, y baja forma. Aquí sí que no hay nada que hablar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario