En 1982 España estaba llena de amigos de la guerra, que la aplaudían a rabiar, no llegaba a ser un clamor estruendoso aquí pero había muchísima satisfacción, sonrisas, complicidad, gestos divertidos como yo nunca había visto por una guerra. Por fin ganaba el bando preferido, o de momento al menos, en este caso Argentina, a la pérfida Albión.
España, lo recuerdo muy bien, no se horrorizó por la invasión ni por la guerra sino que vivió y expresó con entusiasmo su agrado y simpatías, sin disimulo alguno, con bromas en la radio y televisión. Si eso pasaba en España que no fue en Argentina. Si ya odié no solo a Videla y Masera cuando en 1978 en el mundial de fútbol rugía la cancha por la selección que utilizaba a favor la sanguinaria -como no ha habido en el cono sur otra igual- dictadura, tampoco olvidaré jamás la ebriedad emocional, pura desmesura, de los argentinos en torno al dictador Galtieri, celebrando la guerra de las Malvinas. Imágenes imborrables. Forman parte de mis minúsculos créditos contra la historia. Lógicamente rumié mi asco como pude, contra Argentina y contra España. Volvía a estar en mi situación de incomodidad casi habitual: solo.
Para mí, los desaparecidos y asesinados argentinos eran sagrados, ningún mundial de futbol, ninguna guerra e invasión podían olvidarlos, ninguna ebriedad frente a la Casa de la Moneda escamotearlos. Argentina hervía, atronaba extática como en los ritos tribales más extremos. España, para no jugarse nada, olvidaba lo que nunca tuvo presente: la represión de la dictadura argentina, en ese sentido nada había que reprocharle porque nunca había dado muestras del más mínimo interés por el asunto. Había democracia e infinita apatía. La hinchada vibraba con las hazañas argentinas.
¿Los jueces argentinos? ¿Qué jueces? ¿Dónde estaban? Entonces y después. Por qué son tan poderosos, capaces de cambiar la justicia mundial. Cuál es su pedigrí, su historia, credenciales. Y sobre todo, su memoria.
Almodóvar, Sacristán y Bardem lucen gafas de sol y se van a encerrar por Garzón. Consideran a Franco de flagrante actualidad, hay cuentas pendientes acuciantes, que versan sobre asuntos excesivamente olvidados en su momento. Cómo es posible que, a diferencia de la retardada memoria histórica argentina, la nuestra rebase todas las medidas y actualice lo de hace 70 años.
Qué mecanismo psicológico provoca que el antifranquismo esquivado por estos tres conspiradores de gafas de sol se avenga a gestos de tanta densidad moral y heroica, y magnitud ejemplar.
Contra el poder de la psique humana no hay nada que hacer. Frente a él la política es un chiste. No hay tal memoria, hay gafas de sol, encierros, periodistas, portadas, fotos, ejemplos, eterno pasado, fantasmas, estímulos, gratificaciones. Ojo, hay una dimensión humana que debemos respetar: el delirio.
Pero hay fotos que me impactaron infinitamente más.
España, lo recuerdo muy bien, no se horrorizó por la invasión ni por la guerra sino que vivió y expresó con entusiasmo su agrado y simpatías, sin disimulo alguno, con bromas en la radio y televisión. Si eso pasaba en España que no fue en Argentina. Si ya odié no solo a Videla y Masera cuando en 1978 en el mundial de fútbol rugía la cancha por la selección que utilizaba a favor la sanguinaria -como no ha habido en el cono sur otra igual- dictadura, tampoco olvidaré jamás la ebriedad emocional, pura desmesura, de los argentinos en torno al dictador Galtieri, celebrando la guerra de las Malvinas. Imágenes imborrables. Forman parte de mis minúsculos créditos contra la historia. Lógicamente rumié mi asco como pude, contra Argentina y contra España. Volvía a estar en mi situación de incomodidad casi habitual: solo.
Para mí, los desaparecidos y asesinados argentinos eran sagrados, ningún mundial de futbol, ninguna guerra e invasión podían olvidarlos, ninguna ebriedad frente a la Casa de la Moneda escamotearlos. Argentina hervía, atronaba extática como en los ritos tribales más extremos. España, para no jugarse nada, olvidaba lo que nunca tuvo presente: la represión de la dictadura argentina, en ese sentido nada había que reprocharle porque nunca había dado muestras del más mínimo interés por el asunto. Había democracia e infinita apatía. La hinchada vibraba con las hazañas argentinas.
¿Los jueces argentinos? ¿Qué jueces? ¿Dónde estaban? Entonces y después. Por qué son tan poderosos, capaces de cambiar la justicia mundial. Cuál es su pedigrí, su historia, credenciales. Y sobre todo, su memoria.
Almodóvar, Sacristán y Bardem lucen gafas de sol y se van a encerrar por Garzón. Consideran a Franco de flagrante actualidad, hay cuentas pendientes acuciantes, que versan sobre asuntos excesivamente olvidados en su momento. Cómo es posible que, a diferencia de la retardada memoria histórica argentina, la nuestra rebase todas las medidas y actualice lo de hace 70 años.
Qué mecanismo psicológico provoca que el antifranquismo esquivado por estos tres conspiradores de gafas de sol se avenga a gestos de tanta densidad moral y heroica, y magnitud ejemplar.
Contra el poder de la psique humana no hay nada que hacer. Frente a él la política es un chiste. No hay tal memoria, hay gafas de sol, encierros, periodistas, portadas, fotos, ejemplos, eterno pasado, fantasmas, estímulos, gratificaciones. Ojo, hay una dimensión humana que debemos respetar: el delirio.
Pero hay fotos que me impactaron infinitamente más.
1 comentario:
Fantástico..! lo copio y publico. Saludos
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