jueves, diciembre 04, 2008

Artículo publicado hoy en Diario de Avisos


Opinión
JOSÉ MARÍA LIZUNDIA ZAMALLOA
El antioccidentalismo europeo

El título no es sólo un oxímoron, sino que también una cualidad o disposición anímica, vívida a veces, e ideación correspondiente de los europeos que, no por paradójica, se mantiene constante cualquiera que sean las amenazas que reciban, Bombay incluida. El antioccidentalismo europeo viene a ser un mecanismo de autonegación por el que uno propende a identificarse con los que le consideran su enemigo y a considerar su enemigo a los de su propia cultura y modo de vida. No es un mecanismo psicológico y social que, por paródico, sea muy inusual. Los judíos Karl Krauss, Otto Weinninger y antes Henrich Heine, además de muchos otros, practicaban el selbsthaas u odio a sí mismos, incluso llegando a sobresalir en las saturadas filas del antisemitismo.


El discurso hegemónico europeo jamás se declarará enemigo del islamismo, caigan chuzos de punta como suelen caer, pero sí lo hará con gran carga emocional a la primera de cambio de los Estados Unidos y de su gólem Israel. El Gran Satán bifronte. El caso europeo no es nada si lo comparamos con los progresistas españoles. El caudal de simpatías y sintonías de estos se esparce con la naturalidad expansiva de los fluidos por todos los enemigos de los Estados Unidos y casualmente de la libertad: populismos, dictaduras comunistas, teocracias forzosamente islámicas, regímenes autoritarios tercermundistas, antimundialistas, pacifistas pulcramente selectivos, etcétera, y atañe a su consumo de bienes morales. Tanto consumismo no podría sustentarse sin espiritualizar una parte.


En estos tiempos, las identificaciones emocionales constituyen el supremo valor de nuestra izquierda. Es metafísicamente imposible que desde sus líneas podamos ser sorprendidos con discursos de un mínimo valor intelectual. De que eso pudiera ocurrir no existe ninguna posibilidad, ya que como refiere José María Ruiz Soroa, en otro más de sus brillantes artículos, en una reunión reciente del comité ejecutivo del PSOE se aprobó el siguiente apotegma: la defensa de un "mercado sin egoísmo". Para oír algo así la gente hace décadas necesitaba viajar a Katmandú, pero a quedarse. Este progresismo que se basa en los más nobles sentimientos del alma y que propone sin sonrojarse una economía de mercado de carácter místico (esta izquierda no conserva ni el más remoto nexo con el marxismo) no ve incompatibilidad alguna entre su búsqueda y el disfrute a lo bestia de la propia prosperidad o egoísmo individual.


Los atolones de grandes superficies que atornillan nuestras ciudades son insuficientes para atender la insaciable voracidad del consumidor español y europeo. Mientras que el norteamericano ha de prever su seguridad y futuro con el ahorro y de contribuir a la seguridad de su país y del mundo, el europeo, que carece de esos hándicaps, es capaz de traspasar cualquier frontera con tal de apaciguar su apetito de saqueo.


Se dice que nunca como en el último año, aprovechando la ventaja del euro sobre el dólar, han viajado tantos españoles a Nueva York a satisfacer su bulimia consumista, entre visitas al MOMA, Empire State y al local de Woody Allen con los que rellenar el viaje. Los despreciados norteamericanos hacían el viaje inverso para obtener el barniz cultural del que Europa proveía hasta hace unos años. Ahora que la cultura se sigue produciendo a gran nivel en aquel país y el pensamiento ha tomado asiento en los departamentos de literatura de sus incomparables universidades, las visitas masivas de españoles y europeos son a los Bloomingdale’s.


Siendo las pulsiones de los españoles tan imperiosas e inimpugnables hechos y realidades, lo psicológicamente coherente sería que profesaran la religión del occidentalismo, quizá como un desarrollo agnóstico y hedonista del cristianismo, sistema que nos permite un modo de vida de máxima prosperidad bendecido por la mundialización. Pues no, ocurre lo contrario y el respeto al Islam es encomiable.


Los comandos islamistas que desembarcaron en Bombay a sangre y fuego perseguían la desestabilización regional, no en un contexto de guerra de ideas o territorios sino de guerra de religión, declarada unilateralmente contra Occidente y lo occidental (India es la mayor democracia del mundo).

El libro de Javier Martín Suníes y chiís. Los dos brazos de Alá aborda con mucha exhaustividad el devenir y los conflictos de las dos corrientes del Islam. La vida de Mahoma ya fue un acontecer festoneado de hechos bélicos, pues hasta el quinto de sus sucesores todos los anteriores fueron asesinados. Las suras relativas al amor, la fraternidad y la templanza quedaron en papel mojado desde los inicios. Con tanta saña y encarnizamiento se emplearon suníes y chíis entre sí, que sus grandes ritos y celebraciones martirológicas, como los flagelos de Kerbala, provienen de las embestidas mutuas que se propinaron los dos brazos de Alá. De parecida virulencia a la que reservaban al infiel en sus expansiones territoriales, siempre armadas. Nos dice Martín en ese libro que el islamismo cultivado y refinado de Al-Andalus (referente fulgente y primordial del imaginario progresista) fue tan solo una oportunidad truncada y enterrada para siempre, y que las Cruzadas cristianas fueron correrías militares de escasa importancia comparativa. De mucha mayor influencia y efectos cruentos fueron las doctrinas triunfantes de los precursores del XVIII, y de aún antes, del wahabismo, tan conocido ahora, y otras corrientes integristas que configuran la historia general del islamismo y con parejo paroxismo el de Pakistán e India, a cargo entre otros del movimiento deobandi: una de las mayores radicalizaciones del islamismo.


De las religiones del Libro, el Islam es la única que sigue sin apenas poder convivir con el laicismo, permitir la secularización de sus sociedades e incapaz de replegarse a las conciencias individuales. La umma, la comunidad de los creyentes y el Islam que significa sumisión lo siguen siendo todo.


Al constituirse Europa en lugar de recepción de la emigración de religión islámica -utilizar el término cultura supondría neutralizar la fuerza social, civil y en las conciencias de la religión-, se ha creado de la mano del multiculturalismo guetos de vigencia absoluta de la religión y de todo el repertorio legal y autoridades que la acompañan colonizando relaciones civiles, comunitarias, familiares y a las conciencias individuales. Son los territorios de excepción radical del Estado de Derecho y la libertad. Son comunidades en las que las autoridades patriarcales y religiosas disciplinan la vida comunitaria entera, incluida la afectiva y sexual de sus miembros y absolutamente de sus mujeres, y donde las aberraciones han suplantado a la libertad y a la legalidad democrática.


El discurso hegemónico europeo rezuma máxima tolerancia, comprensión y respeto por las "diferencias" (el vocablo ha deglutido a los hechos y disuelto evaluaciones racionales y éticas). Nuestra izquierda tan huidiza de la realidad del mundo ha desenterrado teatralmente las más viejas y carpetovetónicas trincheras. Se trata más de una estetización de la política (tipo fascista) que de una politización del arte (tipo comunista). Por lo que a por ellos, a por Rouco, los crucifijos y Sor Maravillas

2 comentarios:

Taif dijo...

Resalto la gracia con la que te desembarazas del discurso hegemónico europeo desenmascarando el ridículo de una izquierda que se ha quedado colgada en la brocha de la alianza de civilizaciones en la cúpula de Barceló, que está que se cae, y Moratinos, que está que se rila.
En lucha contra ese parasitarismo intelectual y moral.
Acabo de ver también lo de la partida... esa "brutalidad normalizada y encantada".
¡Viva la Constitución de España!

el escritor escondido dijo...

Occidente se construyó sobre la sangre de sus soldados, con Santiago Matamoros en primera línea de frente. Hoy día son "misiones de paz" para la "alianza de civilizaciones". Y Santiago se quedó por el camino. Salu2.