lunes, febrero 23, 2009

Fernández Bermejo, fiscal franquista en Tenerife

Me hizo alguna gracia que un franquista de tanta prosapia, criado en la naturalidad de la bondad de la Dictadura, en el agradecimiento de sus favores de los más allegados entre los que se encontraba desde que nació, en la lealtad familiar de un antidisidente biológico, dijera "que como lucharon contra los padres lucharían contra sus hijos".
El fiscal franquista no luchó contra nadie, evidentemente. Muy al contrario él, objetivamente, asumió luchar contra los demócratas y si no los combatió con la mayor fuerza de choque del franquismo: su legislación, comisarías y cárceles, fue porque no le tocó, no por ningún plante. Él como señorito vitalicio con mucho poder pondría firme ya de joven a cualquiera en Avila (los hijos de jefes del Movimiento no harían ascos a la situación o éste desde luego no), como de fiscal de Franco, y como tampoco lo haría en las monterías franquistas seguro, que será requisito del ethos montaraz, aristocrático, chulapón y matahombres. Matan venados para sublimar instintos. Qué personajes tiene el estado.

El fiscal franquista Fernández Bermejo parece que estuvo aplicando con todo su rigor las leyes franquistas en Tenerife. No objetó, le presumimos no solo probidad, también entusiasmo. ¿Llegó a meter en la cárcel por su eficacia profesional a demócratas? Al cazador furtivo imposible que le temblara el pulso, eso era del Caudillo y ellos: pulso firme. A poco que sepamos de ellos aparecen anegados de todos los símbolos, citas, actitudes de matón fascista, gestos franquistas.

Fiscal franquista Fernández Bermejo, yo de forma harto modesta combatí contra tu padre y contra tí a la vez, fiscal franquista. Me recordáis tanto a ellos, a vosotros. Y al zapaterismo simple, vacuo y como ignorante, temerario, qué nexos, que encima ni los pongo yo.

sábado, febrero 07, 2009

Artículo publicado hoy en Diario de Avisos




El pacifismo de parte y los niños


En el Derecho Procesal las manifestaciones de parte son alegaciones de los contendientes que ni son probadas ni son objetivas, pero que no obstante se hacen pasar por válidas. De las grandes manifestaciones contra la guerra que se celebraron en varios puntos de España, no pueden decirse que se hayan celebrado por la paz, ni por los lemas, intención, simbología, falta absoluta y radical de imparcialidad... ni por la hostilidad crónica contra Israel, un país muy mal visto, a pesar de nacer directamente de la voluntad explícita de la Asamblea General de Naciones Unidas. Contra esa legalidad internacional han actuado desde siempre los árabes en su conjunto y ahora Hamás, Irán y Siria. Violaciones de la ley internacional drásticas y continuadas al tratarse de guerras de agresión contra Israel para aniquilarlo. Guerras, amenazas, hostigamiento.
El pacifismo español y europeo, ajenos a toda idea de universalidad, o es antiamericano o es antiisraelí sin ninguna otra posibilidad, cualquiera que sea el lugar donde se cometan genocidios (reales) o violaciones de mujeres, lejos o cerca. Serán siempre asuntos irrelevantes cada uno de ellos. Desde Hitler, la característica de Europa es el total derrumbe de la conciencia humana ante los crímenes más espantosos y la iniquidad. El único impulso es el fóbico. Las movilizaciones pacifistas serían proposiciones válidas si repudiaran todas las guerras, solo entonces se podrá hablar con propiedad de pacifismo.
En 1995 fueron asesinados a machetazos 800.000 tutsis en Ruanda, en la brevedad de un mes de matanzas industriales, sin que los eventuales pacifistas dieran una sola muestra de inquietud. Igual de apáticos y desinteresados se mostraron con Eritrea, Darfur, Chechenia... A qué grado se llegará, que cuando el genocidio de la antigua Yugoslavia, con violaciones masivas de mujeres era prácticamente retransmitido en directo, y casi podían ser escuchados los estertores de agonía y muerte, el pacifismo, sin un solo rictus de desaprobación volvió a permanecer mudo. Si ante esos hechos se respondió con corazón de hielo, la formalización legal de la entrada en un organismo internacional defensivo, la OTAN, sin plan específico alguno de guerra alrededor, en tiempos de paz, hizo trepidar con gran frenesí los impulsos más aguerridos de paz. Todo muy sintomático. Cualquier psicoanalista afirmaría con rotundidad que esas conductas tienen mucho que ver con el delirio -la vida también- y nada con motivos arraigados en el presente de los hechos y la realidad.
Pero volvamos al pacifismo antiisraelí. La Semana Santa de 1974 la pasé en Barcelona alojado en un piso de estudiantes palestinos de Al Fatah, que pasaban todos los veranos por los campamentos de entrenamiento militar que entonces tenía esa organización en el Líbano. Vivía Franco y dudo de que habláramos de algo que no fuera política. Cuando nos despedimos, estoy casi seguro que nos dijimos "Palestina vencerá", no habíamos parado de hablar de la "causa palestina", justamente los dos lemas que abrirían la manifestación contra la guerra celebrada en Madrid el 11 de enero pasado.
La causa palestina, como todas las causas, se inscribe en la esfera de lo sagrado, ya que una causa exige tributos, sacrificios, incluido el derramamiento de "la última gota de sangre". Por la sangre se accede a lo sagrado, como nos enseñó Cristo, pero también George Bataille. No hay causas sin últimos sacrificios, y de eso, ya entonces, hablamos en Barcelona. Los manifestantes contra Israel fueron muy explícitas con sus lemas: soterradas arengas militares. De igual manera, no hay símbolo en el mundo que represente la epopeya, resistencia, defensa incondicional, el "jamás retroceder" y la sangre que la pañoleta o kufiya palestina, con la que hoy se adorna media España.
Difícilmente los palestinos de Gaza, de otros lugares o la gran comunidad mundial antisionista (no diré antisemita para no salirme de la muy veraz disección) puedan interpretar el signo, el mensaje transmitido desde las manifestaciones españolas como rendidas oraciones por la paz. El profesor palestino Edward T. Said dejó escrito en su obra Orientalismo cómo Occidente había imbuido de su imagen sobre Oriente al mundo árabe, de forma que fuera percibido como "lo extraño" y "lo inferior". Se había transmitido los símbolos e imaginario elaborados por occidentales.
Quien mejor encarna esos perjuicios en España y Europa son curiosamente el progresismo y pacifismo antiamericano y antisraelí. Ninguno de ellos es todavía capaz de considerar a palestinos o a los habitantes del Tercer Mundo como sujetos responsables de sus actos y con obligaciones. No hay manera. El abandono de la culpable minoría de edad, al que exhortó Kant, quedó bajo exclusiva titularidad occidental. El resto seguirían siendo niños para siempre. La perduración de esta cosmovisión (o antropovisión) poscolonial y eurocéntrica a más no poder es una realidad pavorosa y, por lo que se ve, inmutable. Se parte de que los palestinos están absolutamente exentos de responsabilidad y en consecuencia no deben dar cuenta de sus actos. A tal punto están exentos que los pacifistas, confirmando a Said, olvidaron por completo dirigirse a Hamás para que pusiera fin al lanzamiento de misiles, con una simple invocación, una petición subordinada, una mero disimulo por la paz. Ni siquiera valieron las fotos de los niños muertos, sabiendo como sabían que si Hamás paraba se terminaba la guerra. Nada, no hubo nada, sólo sacrificio, tributo, sangre, causa (la jaleada).
Pero se sabían más cosas. Se sabía que los topos de Hamás habían creado una Gaza subterránea que llegaba hasta a Egipto. Las milicias de Hamás habían aprendido de Hizbolá a enfrentarse con éxito a los poderosos carros de combate Merkava con minas y explosivos enterrados bajo las vías a las que se atraía previamente a los israelíes para luego, como a Carrero Blanco, hacerles saltar por los aires. De ahí que los tanques judíos en Gaza evitaran avanzar por el centro de las calles y se movieran atravesando y destruyendo las casas adyacentes a las calles para no pasar por ellas.
Hamás, con infinidad de túneles en la frontera con Egipto está conectado a aquel territorio, por los que introduce desde armas a ganado. Ya hemos visto las fotos de las vacas cruzando bajo tierra la frontera egipcia. También conocemos que los intensos bombardeos de la aviación israelí no han podido quebrar la sólida red de túneles transfronterizos.
Hamás, con el dinero iraní, había creado en Gaza una vasta red de asistencia social siguiendo el mutualismo coránico, con escuelas, universidades, centros hospitalarios y demás. Pero esa organización también tuvo sus omisiones y olvidos. Los más acreditados topos del mundo, tan previsores siempre, se olvidaron por completo de sus niños y población civil. Tan afanados estuvieron en crear una ciudad subterránea que olvidaron construir refugios civiles (ni uno solo) que hubieran sido complementarios a sus esfuerzos principales y no les hubiera costado nada. Pudiera incluso ocurrir que no se les olvidó y que prefirieron no hacerlos. Tal vez contaban con el silencio, ocultamiento y manipulación del orbe antisionista. Los niños, antes cristianos y ahora árabes son los que siempre han asesinado los judíos. Actualicemos la gran tradición, esto sí, antisionista.

lunes, febrero 02, 2009

El Nombre del Padre como Arjé de la Creación

Este libro me ha llegado de Argentina. Su autora Silvia Nora Lef es judía y argentina. Tiene una formación académica más que lustrosa. A la Universidad de Buenos Aires le sacó tres licenciaturas: filosofía, psicología y derecho. Es profesora universitaria de filosofía, abogada y mediadora.

Cuando Carl G. Jung rehusó a ser el heredero de Freud y ya había elaborado su propia teoría sobre le psiquismo humano, muy lejana al psicoanálisis, afirmó que esa teoría era un producto eminentemente judío. Según él, el monoteismo hebraíco inscribía en el inconsciente de los judíos y de Freud en particular, los símbolos, figuras y conflictos que explicaba e interpretaba el psicoanálisis. Tipo de dramas familiares y de constitución de la subjetividad que no corresponderían a los cristianos. Jung lo era, y Jung, como Herder, estaba loco por los arquetipos colectivos.

Silvia Nora Lef propone algo, que dando en parte la razón a Jung, confirmaría el vínculo que de alguna manera éste estableció: la relación entre la redención postulada por medio de la palabra, sobre la que el filósofo Martin Buber asienta su ética religiosa judía y la redención por la cura que incumbe al psicoanálisis, también por la palabra. La palabra, el significante de la cadena simbólica también está en el comienzo, en el arjé, tanto cuando Yhavé instauró su pacto con Abraham y los patriarcas, como cuando el padre impone la ley, el límite, y significa la falta, la castración y el orden de lo simbólico.

El libro con inteligente prudencia no formula proposiciones o hipótesis de partida gravosas a las cuales terminar por avalar como tesis, a cualquier precio. La autora, que sabe lo resbaladizo del tema, se limita a enunciar las analogías en significantes, cauces de sentido y significación. En lo que sin duda ha de entrar y entra el príncipe de todo ello, Jacques Lacan, a quién el psicoanálisis en español, pero argentino, le debe todo.
No comparto que en el orden simbólico que desciende de Yahvé y los patriarcas hayan de incorporarse Freud y menos aún Lacan, que ni siquiera era judío. Ni tampoco en líneas paralelas ya que ellos no cumplen ninguna función simbólica en el inconsciente, a lo sumo como padres o aanlistas con sus pacientes.

El libro destila erudición filológica hebrea. Las palabras regresan a su origen hebreo, a sus primeros significantes para de ahí hacer arrancar las cadenas de sigificantes y el sentido. El libro al dar cuenta de las influencias de la Cabala y el Jasidismo en el filósofo Martin Buber, nos introduce en las relaciones entre esos dos misticismos, o misticismo y pietismo.
A mi juicio ambas tradiciones, tamizadas por la ética buberiana del Tú son presentadas en la obra de Silvia Lef de manera muy vívida, como una discípula de un gran maestro que desarrolla las ideas de aquel. Podríamos decir que el libro es un testimonio ético y religioso, ambas cosas, orientado a un fin más discursivo y racional: las propuestas teóricas de su obra. No esconde su judaísmo cabalístico o jasídico que conducen de la mano de Buber a una ética religiosa judía fundada en la relación con el Tú, dialógica, cocreadora, de lo humano con lo divino.

En el fondo Lacan, con la opulenta construcción de su altísima conceptualidad intelectual, acaba conduciendo a sentidos, a rutas, a presuntas indicaciones. En defin itiva, salimos con él de Las Vegas para enseñarnos el desierto y dejarnos. Como Abraham debió abadonar su país. Así también lo deja Lef, muy lacaniana, el sentido, la propuesta.