domingo, agosto 29, 2010

Adios a Ernesto Delgado Baudet

Cuando le conocí a Ernesto, en casa de Carlos Gaviño, tendría 23 años (él), además de un golf, una cartera de clientes, mujer, dos hijos, algún premio de poesía, era considerado como un poeta extraordinario a quien hasta Pérez Minik había ensalzado, y un exquisito conocedor de perfumes y licores. Parecía que fuera amigo de Guy de Maupassant y de Oscar Wilde. Pero esos dos estaban medio refundidos en Gaviño que estaba vivo, por lo que era amigo de éste directamente. Una especie de mentor entonces.
En la casa de Carlos de la calle la Rosa te sentías como en Madrid, Barcelona, París o La Habana y por allí pasaron Modest Cuixart, Antonio Saura, Armas Marcelo, Carles Santos, Nivaria Tejera… De forma que para mi Tenerife era demasiado Europa y demasiado mundo, el desenvolvimiento más natural del cosmopolitismo empírico y con raíces. Gaceta de Arte, la exposición surrealista, las vanguardias todo aquello tenía presencia viva, era historia reversible, actualizable. Nada que ver con el aire que ahora se respira. Los seres individuales y libres eran de verdad cosmopolitas, mundanos, liberales, abiertos, pertenecientes al mundo, transgresores a más no poder, sensuales, cultos, bastante sofisticados, infinitamente hedonistas…
Quienes veníamos de fuera no podíamos evitar ese choque con una novedad y fenómeno tan fuerte.
Allí se leía a Pierre Klossowski, a quien Gaviño había conocido en Paris, se hablaba de la condesa de Noailles, de Sir Roland Penrose y creo que fue Ernesto quien me dejó Bajo el Volcán de Malcom Lowry. Un gurú. Que Gaviño poco después fuera todo de blanco, con pay pay y boquilla como de Lauren Bacall a las presentaciones del Círculo de Bellas Artes era lo más consecuente y discreto.
Ernesto era como hasta el otro día, fino, educado, buen conversador, guapo, culto, inteligente, sensible, con talento, muy hedonista, muy oral y tenía un punto de sofisticación sensualista en materia de perfumes y tejidos que a mí me chocaba. Era un teórico de la cocina de Bocuse y de bebidas, sobre todo licores.
La simpatía y afecto por Ernesto fue inmediato, cuando se separó, se fue una época a casa de Gaviño, y nos veíamos a diario en el Círculo de Bellas Artes, el Botiquín, el bar de Anita Mercury y en casa de Gaviño, había muchos peninsulares, todos huidos y con biografía (demasiados muertos), y muchos italianos (de similar porte). Luego sucedieron los problemas en los trabajos, en los que intervine. Cuando le conocí tan joven y tan provisto de familia y cartera de clientes, y con una vena tan literaria, me pareció que se había saltado entera la juventud. Le empezó a faltar el trabajo y luego el dinero, y no me pareció que estuviera en el empeño de la recuperación de la juventud, sí en todo caso en demolerla.
Ernesto me vendía colecciones de libros y un par de cuadros. Venía a casa y descendía al mundo subterráneo, ctónico. Se fue a vivir al monte, a una casa que fue de su padre, cuando ya acumulaba enfermedades. Luchaba contra el alcohol. Si a alguien he visto que le gustara el alcohol, que lo saborease, que le gustara hablar de él y que lo conociera, era él precisamente. Sentía que no pudiera beber y seguía siendo un placer hablar o estar con él, y me traía sus libros cuando salían.
Una vez obtuvo la invalidez, su vida, lejos ya de grutas oscuras, callejones sin salida, dolor y desolación, se abrió en varios frentes. Se matriculó en Filosofía que ya la estaba terminando. Este año me dijo sonriente: “Es un problema, voy a terminar la carrera y a ver qué hago después”. “Pues no la termines”, le contesté, a la vez que se hizo un activista sobre cuestiones de salud, tratamientos, comisiones bioéticas, lo que le hacía viajar y contactar con grupos de la Península, como organizar actos y jornadas.
En casa nos hablaba con verdadero empuje de esas cuestiones.
El valiosísimo joven poeta, a pesar de los años de dificultades e infortunio, siguió siendo el poeta conocido y respetado por todos. Mantenía una sólida reputación, a pesar del parón en la publicación.
Pero vuelve a la escritura, a la poesía, los suplementos culturales y la narrativa. Vuelve a ser premiado, ahora en relato corto por Caja Canarias en el 2005 con La última argucia del general. El relato no desmerece del título. Ahora tiene ganas de narrativa y me da alguna cosa para que lo lea.
Recopila poesía –una dedicada a mí, por cierto y hoy justamente impagable- en La custodia de cerbero y saca ese libro, que nos quedará para siempre, Visiones de Praga. En él, lo acabo de releer, oiremos a Ernesto para la eternidad, es él quien está en su más pura y profunda esencia: una voz y una visión que son sus modos más propios de ser, aquellas que algunas veces sólo intuíamos. Todo lo demás no son más que aproximaciones y tributo.
Al mediodía he ido a casa de Carlos Gaviño (algo de Gaviño he creído reconocer en Ernesto) y ha aprovechado para llevarle ese libro que Ernesto le había dedicado a Carlos. Se ha emocionado.
Ernesto siempre tan generoso, cuando yo creía que a Miguel Espinosa prácticamente solo lo conocía yo, me regaló un libro de él que había leído hacía años. Cierto que no conocía a Ossip Mandelstam y entonces fui yo quien se lo regaló. Hace poco me llamó para que le leyera algo, y por lo que escribí de su Cuentos de Sania me comentó que nadie le había escrito tan a favor o con tanto cariño. Todo el inmenso que le tenía.
En abril pasado o por ahí, Carlota Gaviño recitó en La Gramola unas poesías en homenaje a su abuela Pilar Lojendio, y me encontré con Ernesto, nos abrazamos y nos dimos unos besos. Me confesó su última hora. Era un poco más sobre el mito de Perséfone Koré que debía habitar 6 meses en el Hades. No había nada que decir. El siempre fue dueño de su vida, como lo demuestra como desanduvo caminos y se atrevió a grandes giros y nuevas pasiones y compromisos, en la medida que uno puede ser dueño de su vida, claro.
La obra de Ernesto tiene la medida exacta, los versos y párrafos precisos para que toda ella sea de alta calidad y el respeto como escritor que nunca decayó aumente con el tiempo.
No se puede despreciar en absoluto, ni contraponer al hipotético valor único de la literatura, su pasión por el estudio del pensamiento a través de la carrera de filosofía que casi culminó, y cuya influencia comenzaba a ser perceptible en su literatura, ni aún menos su activismo en las comunidades de enfermos, los dilemas bioéticos, la clínica al servicio de la moral y de la libertad humana (le interesó mucho un libro que le regalé de otra filósofa, Beatriz Preciado). Habla el libro de la libertad de controlar y disponer de la propia diferenciación sexual con la autoadministración de testosterona. Sabía que el libro le iba a interesar, por lo que suponía de abolición de horizontes, por traspasarlos.
Ernesto no es un héroe trágico marcado por el destino (aunque estemos a veces tentados a creerlo), pero aunque así lo fuere dispuso de enormes márgenes de libertad para proyectarse sobre las vertientes más afiladas y amenazadoras pero también sobre los valles más fértiles y luminosos. No se conformó con uno, no se conformó con nada. Igual es que ya era tarde.

El entierro/ incineración
Ernesto falleció hace cinco días. No sufrió, estaba sentado cuando murió. Se percataron de su ausencia sus amigos, Elica Ramos, tan amiga de él.
La misa se ha celebrado hoy domingo a las 15:30 en Santa Lastenia. Mucha gente para la urgencia de llamadas. Agustín Enrique Díaz Pacheco, Fernando Senante, Cecilia Domínguez…

4 comentarios:

Unknown dijo...

Acabo de tener noticia del triste fallecimiento. Sentido y bello homenaje, Lizun.
Gran pérdida para la literatura canaria. Gran persona, que tuve la fortuna de conocer en la presentación de tus libros y en los de Togas y Letras. Personas como Ernesto nunca nos abandonan, están presentes en tí, en sus amigos, en sus letras. Gran hombre, como seguro será recordado.
Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Querido Luçian:

Siento mucho la pérdida de tu amigo, que aunque no lo conocía, siempre te oí hablar de él.

Un beso fuerte,
R:W:

Anónimo dijo...

Gracias, José María. Gracias por ese texto en el que voy, paso a paso, reconociendo al hombre y poeta que nos ha dejado. Gracias por el recuerdo. Berbel.

Anónimo dijo...

Hoy lanzo al aire pequeños guiños, frases convenidas, lugares que conformaron vivencias de las que ahora me he convertido en único depositario.
Adios, Ernesto
Pepe