martes, mayo 13, 2025

El Día: Dos poderes de la Iglesia: la estética y una ética ecuménica (con fácil lectura)

Al conocer que el cardenal Robert Prevost era el nuevo Papa León XIV me vinieron  tres nombres a la cabeza: el agustino Lutero, el Abate Prevost, benedictino y escritor (su gran obra “Manon Lescaut”) y la famosa encíclica Rerum Novarum de León XIII, corpus de la doctrina social de la Iglesia. Saltándome olímpicamente a San Agustín y celebrando el final de la apuesta jesuítica, de mucho riesgo. Del Papa Francisco llamaba la atención su vocación de fundador de  una saga o linaje, no había habido antes ningún Francisco, se iniciaba sin numeración, ni seguir a nadie en ordinal, reservándose muchos signos de puesta en escena (de algunos ornatos se despojaba). Como otra piedra (Pedro) de la Iglesia: simplemente Francisco. Su tumba minimalista era toda una demostración de grandeza, de pura metafísica no terrenal. Al cardenal Bergoglio que se invistiera de Francisco, no le hacía franciscano, sino más jesuita. Los franciscanos son símbolo de humildad y pobreza. Lo que en Bergoglio era totalmente aparencial, se desprendía de lo superfluo para conservar lo esencial. En todo caso, un mini franciscano. De eso saben los jesuitas, y del poder. En las reducciones del Paraguay, y el comunismo agrario que implantaron, convirtieron a todas las deidades originarias en trasunto de las cristianas. Hábiles suplantaciones. Y convencían, como cuando confesores de reinas y asesores de emperadores. En Estados Unidos ya tienen buena parte de la enseñanza media en sus manos. El muy mediocre Francisco apuntaba al nuevo poder emergente, el del Gran Sur, especialmente hispanoamericano. Las políticas conspirativas (tradición de mucho arraigo en la Compañía de Jesús) y afectas al pobrismo (comunidad primitiva de pobreza): teología de la liberación, cristianos de base, indigenismo, populismo, Grupo de Puebla.

La muerte del sedicente franciscano jesuita ha demostrado el gran predicamento que mantiene  la Iglesia en el mundo. De más mérito, ya que tras el desencantamiento del mundo que anunció Max Weber, no haya hecho más que progresar  el laicismo, pero a la vez rearmarse la fe. Viendo las imágenes del Vaticano, con la basílica de San Pedro, la columnata de Bernini y la Capilla Sixtina, se aprecia la potencia estética del lugar y sus tesoros visibles, e intuidos los ocultos. La importancia de la estética nos la señaló Nietzsche, como un principio fundamental para comprender la vida, la moral y la existencia misma. Todo eso subyace en la gran belleza general incluso la pompa litúrgica, triplicando belleza.

La otra columna de la Iglesia es su poder institucional y ecuménico, su bimilenarismo y en una sociedad líquida y descompuesta, atónita y sin referencias, ofrece la solidez de la geometría y orden organicista.

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