domingo, mayo 28, 2017

Hace un domingo en Los Ángeles

En un japonés en Los Ángeles
No puedo, como normalmente hago recién viajado, dejar de recapitular en lo que hacía hoy hace una semana. Lo hago preso de la nostalgia, porque fue un viaje en el que las excelencias se sucedían sin ningún descuido. Solo hace una semana estábamos en el downtown de Los Ángeles, visitando la impresionante catedral de Rafael Moneo, sobre la que escribo en el periódico, el museo MOCA de arte contemporáneo, de lo que también hablo en prensa y  el auditorio de Fran Gehry autor del Guggenheim Bilbao, que no lo desmerece  lo más mínimo, del que no hablo en prensa como tampoco de museo THE BROAD, porque, de entrada gratis, formaba grandes colas.
Con un Arshile Gorky detrás, muchas veces visto en imágenes
Aunque lo más singular del día es que comiéramos en un MC Donald hamburguesa con coca-cola. Sí, a mi hermano que no lo sabe, a Cristina y gente que me lea y me conozca les sorprenderá, pues sí, lo hice y con orgullo antiespañol. Bueno, algo más hubo: repetí la coca-cola que es gratis, tras la primera ingesta. Estábamos rodeados de latinos, no muy lejos de la catedral. Nosotros seríamos los pijos españoles (que viéndolo de fuera me da profundo asco. Solo nos hemos encontrado con un hispano en todo el viaje, en Las Vegas claro, de lo que hay que dar gracias al Altísimo), de hecho Fer y Rosita lo son, o sea pijos, pero no Espy, amiga de mexicans, indios y undergrounds. Si se lo dices no es que no se molesten sino que los halagas. Pijos a mí, porque son fantásticos, no creo que haya mucha gente con tantos íntimos amigos como yo.
Me he ido, pero vuelvo. Siempre me han gustado las hamburguesas de MC Donald, ocurre que el público adolescente me espanta. No tomé coca la primera vez, sino Seven up o alguna cosa así. Estuvimos en otra en San Diego (mexicans everybody y nosotros), al lado de un supermercado donde acudimos a por viandas y vino de California para el motel. Teníamos un motel espléndido con vistas  lejanas a la bahía, donde la base naval.
me lo han enviado con See you again
Me he hartado en entrar en supermercados y gasolineras, era donde finalizaba mi jornada de conducción cuando estábamos de viaje a las 15 o 16 horas (3 ó 4 pm. como dicen los americanos). Me tomaba budweiser de medio litro. Como dentro no te la puedes tomar había de salir fuera con el cartucho de papel. Una vez en una lejanía del desierto inmenso, tampoco me dejaron que bebiera en la puerta, que fuera al coche, me dijo una anglosaxon, en el que tampoco se puede. Me escondí. En una repetí budweiser y tenía el cartucho de papel algo roído, por momentos me sentía en Irán a punto de ser esposado. Hay carteles en las autopistas que dicen que “reportes” if you see drunken driving. En otra me fijé que era el único que bebía bebida ocultada, que con su ocultación se delata –auténtico Heidegger y la aletheia-, todos iban con su cafés encofrados de  moral púbica.
Cenamos en Los Ángeles con una amigo de mis hijos que se dedica al cine (lleva a películas libros, reportajes, hechos de la vida y conocía yo obra y milagros sobre el que trabaja  –mi hija trabajó años en esa industria, allí-) que había estado en su boda (de ellos) pero con el que no hablé, y en Los Ángeles lo compensé. Era un tío muy interesante, que me lo perdí, evidentemente un intelectual creativo bebe, y lo hacía desenvuelto. Hube de decirle- fuimos caminando del bar en que habíamos quedado (magníficos coktails que hemos catado) al restaurante de unos sijs (indios) donde fuimos a cenar. Bromeaban, que  parecíamos verdaderamente  agrestes como pioneros que en el mismo LA fuéramos caminando en lugar de en coche. Lo dicen ellos. En un semáforo le señalé -era sábado y había mucha animación-  que el  próximo país muslim iba a ser EE.UU., argumentando, para su viablilidad lógica, que no podía  haber más dificultades para beber que allí. Fui poco acertado porque él ya había bebido su dosis sin problemas.      


No hay comentarios: