jueves, abril 27, 2017

Crónica de Eguiar desde Kiev

Se acabó lo que se daba. Después de una semana larga en Ucrania estoy a punto de embarcar con destino Washington, con el tiempo justo para ir a casa, cambiar de maleta y volverme a meterme en un avión dirección este de nuevo. London calling.

Kiev está francamente bien. Es una ciudad europea perfectamente homologable. Infraestructuras solventes, gente en las calles, buenos restaurantes, vida nocturna. A diferencia de Bucarest, conserva mucha arquitectura precomunista. La arquitectura de la ciudad es muy ecléctica, pero a la vez tiene empaque (en eso es similar a Bucarest). Las zonas históricas tienen muchísimo sabor, con calles empedradas y edificios en colores pastel con toques que podrían ser arabescos/orientales, aunque la frontera norte del imperio otomano a penas llegó al sur de Ucrania.

Mención aparte merece la arquitectura religiosa. Las iglesias ortodoxas son una chulada. En colores vivos, con sus características cúpulas doradas parecen casi de terciopelo. Y por dentro el derroche de imaginería y los pantocrátor las rematan de exotismo e historicidad.

El resto del país que pude ver también es interesantísimo y de aspecto perfectamente europeo (en su versión decadente y con "ladas" todavía en circulación claro está). Odessa, la capital de la mafia ucraniana, es una auténtica joya. Diseñada ex novo por un arquitecto francés es también la ciudad más judía de Ucrania, con los Juden todavía presentes. Es verde, con bulevares, ópera, una auténtica ciudad balneario. Mykolaiv, dos horas hacia el inferior desde Odessa, no tiene ningún encanto, pero tiene el honor de haber sido una zona especial soviética para la que hacía falta un pasaporte especial para entrar. Se conoce que en sus astilleros se construyeron la mayoría de los destructores de la armada soviética (el río debe ser muy profundo y tenía la ventaja de ser "puerto caliente" por la proximidad al Mar Negro).
Ahora bien, bajo la apariencia de europeidad yace una realidad bien distinta. Una de las personas que entrevistamos apareció con dos heridas de bala reciente. Parece ser que por denunciar líneas de bus ilegales. Al periodista con el que nos reunimos poco después le sorprendió que le preguntáramos al respecto, sospechamos que está compinchado con las múltiples redes criminales que operan en la ciudad. El alcalde, un tipo muy curioso, nos contó animado cómo al predecesor del predecesor le dieron caput mientras paseaba por la calle.
Por otro lado, el país está en guerra, pero se ha acostumbrado. Uno de mis compañeros ucranianos, que tras advertirme que no debía beber más de tres chupitos de vodka me invitó a un cuarto y me dejó absolutamente K.O., me contó cómo cada día mueren varios soldados pero que aún así el ucraniano es el único ejército occidental que le ha plantado cara más o menos exitosamente a los rusos en la Historia (Napoleón igual tendría algo que decir al respecto). También me dio una lección de historia ucraniana desde el Rus de Kiev a la actualidad.
La oposición a Russia es bastante palpable en Kiev, donde abundan las banderas de la Unión Europea, que ondean como si Ucrania fuera un miembro más. Abochorna como europeo, en la medida en que les hemos dejamos prácticamente solos en su resistencia a Putin. No obstante el país está muy dividido, y los vínculos con Rusia son muy estrechos. En Kiev por ejemplo la mayoría habla ruso, aunque son los únicos rusófonos proeuropeos. En el resto del país hay una coincidencia casi perfecta entre lengua y actitud frente a Rusia y Occidente.
Bueno, no te quejarás de crónica. Te dejo que están llamando a embarcar.


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