domingo, enero 24, 2016

Haciendo de marido por la calle Castillo

Los sábados y domingos bajo caminando a la Capital, luego de acercarme a Ofra, para abarcar más trayecto, bordeo el palmetum a ras de mar. Nunca hay gente y termino en la plaza de España. Mis piernas se han convertido en mendigas de las aceras, pero aún sirven.
Nuestro gran amigo no había sido agasajado ni en septiembre cuando cumple venturosos años ni en Reyes  (perdió a sus padres), por lo que decidimos hacerle ahora en rebajas los regalos pendientes: dos  pares de zapatos. Casi se lleva unos Castellanos, no había su número, pero salió muy bien, fueron dos. De todo se encarga XY, yo elemento auxiliar.
Al llevar yo las bolsas con las cajas de zapatos (me sale zapatero) me sentía un verdadero marido detrás de XY. Y entrando así en Zara, todavía más.
Mientras la gran mayoría de la gente desde la adolescencia y juventud, tenía ideas propias de proyección, yo siempre quise ser como los demás, a todo el mundo envidiaba que fuera cumpliendo metas. Eso me entretuvo una barbaridad. Me di cuenta muy tarde que lo que tuve que haber hecho fue todo lo contrario. Entre yo y el exterior no estaba inmediato el mundo, sino  un filtro, cámara  o mampara en la  que aún continuaba estando yo extrañamente, pero encima colapsado.
En Zara muy bien, mucha oferta y mucho interés. A las mujeres les encanta mirar todo. No se saltan casi nada.
Por cierto, he ido  desde niño a Donosti, entonces y una sola vez en su club de tenis, entonces privado, jugué con camisa blanca larga de botones y pantalón corto en presencia de la alta burguesía donostiarra. Luego de joven fui mucho y me lo pasé fantásticamente, pero no tan bien como cuando este verano estuvimos de compras con mis hijos.  
Fuimos a los Reuni, y hablamos mucho con el dueño, Cris. El mediodía  estaba majestuoso, mucho cielo, verde y terrazas montadas. Llamé a mi hermano y nos tomamos cervezas de bienvenida y vino de  despedida.



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