miércoles, julio 15, 2015

Mi hotel de Ceuta ha desaparecido

Como en mi itinerario veraniego está incluido Ceuta, pero no sé exactamente cuando voy a ir -me agobia (creo que es pereza o las dos cosas) marcarme  plazos- he entrado en internet para buscar mi hotel. Aunque no me acuerdo del nombre ni la calle pero sí la zona, resulta que el hotel  ya no existe.
Fue hace 10 años, luego pasé tres veces más por la ciudad, pero solo la primera pernocté.
Era el equivalente a la zona cristiana de Beirut de los años 70, por dar un poco lustre al relato, en básicamente andalusí, clase media funcionarial civil y militar. Me parecieron todos muy felices, qué expansivos, dorados y lozanos tomaban sus cañas y sus tapas, como los veraneantes  cordobeses y madrileños de Fuengirola.  Te pones a su lado y les dices: no tengo dinero, ¿me invitan a una caña?, y te dicen que sí, tírale una a éste, ordenan  a Pepe el camarero. Como si fueran vascos. Habrá alguien más feliz y satisfecho de vacaciones que los hispanos. Como no sean los italianos…, se me ocurre. Los argentinos no, porque esos están felices todo el año. Por el puerto también veías algo de proletariado cristiano y mozarabí, y por las zonas altas musulmanas musulmanes, y transiciones. Me pasé todo el día en la calle, no porque me diera miedo el hotel, que no era edificio vacío y sin recepción, sino por curiosidad extrema.
He visto antes en internet en  hoteles de  la ciudad un pensionado auténtico, que al parecer es mi sino actual de viajar, aunque con aspectos algo escalofriantes. Las ventanas del segundo piso (no hay más)  tienen rejas, zona portuaria, se anuncia que cada habitación tiene radio y los visillos que parecen plastificados  llegan a la altura del alfeizar. Es bastante tétrico y yo soy muy tiquismiquis. Rosana me lo recomienda, que el dueño, Paco, es un tipo estupendo con el que puedo tomar esbirras.
La vez que pernocté me tiré 22 horas sin hablar con nadie, solo por móvil, y se me quedó la lengua seca. La “húmeda” decían los amigos de argots o jergas carcelarias o barriobajeras, palabras que yo jamás uso, y que no me hacen ninguna gracia, y cuyos usuarios quedan inmediatamente descalificados ante mis ojos.
De agosto me gusta el calor y cuanto más mejor, yo jamás me quejo de calor, y sí de frío. Me acuerdo perfectamente de la vez que más frío pasé, de lo insoportable que era,  pero no de calor. El verano me gusta tanto por el calor. Lo que no me gusta es el turismo.  Ni como fenómeno colectivo ni cada uno individualmente, vistos uno a uno de frente, espaldas o costado, si exceptuamos  las explosivas.
El único turismo que me atrae es el turismo marroquí en el puerto de Algeciras y Ceuta. Esa mezcla de serranías del Rif de procedencia y banlieue de París o Lyon de desarraigo de los jóvenes. En el puerto de Tánger vi una escena inolvidable.  El choque de mundos en uno  y la falta realmente de mundos propios, hablando ya de política.
No me gusta Ceuta porque nadie va, sino porque soy yo si fuera ciudad, que seguramente habría sido lo mejor que me hubiera podido  pasar.
El riesgo, que te hubiera tocado ser Roma, la ciudad eterna, eso sí que no.

 



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