domingo, septiembre 21, 2014

Bro nunca será Brooklyn

 
Ayer vinieron refuerzos a  nuestra tertulia Mákaros.  Dos facciones  más: de Gran Canaria y Alemania (una filósofa).
Esta mediodía comentábamos en casa los cuatro la escena charlotesca que habíamos presenciado en la cena de  ayer en el Oliver. Una escena ya cansina. Un plato de carne ¿o era un velero? había ido tres o cuatro veces a la cocina, al menos seis veces había atravesado el comedor y la cocina. Antes en pleno tráfago dialéctico –tocaba leer   Novum  Organum de Francis Bacon- cuando me hallaba en uno de los dientes de sierra de las intelectualidades que aventamos durante la cena, algo me sobresaltó, unos ruidos agudos y otros secos, a metal, madera , cerámica muy encarnizados disolvían cualquier comunicación.
Bro con el ímpetu que emplea nuestra ave calcando el sonido  de restregar  los cubiertos en los platos para  arrojar los restos a la basura, pugnaba rojo de ira,  muy contrariado contra un trozo de carne. El resto de los comensales  mirábamos al hombre que problematizaba una comida en un lugar tan selecto. Una escena, una imagen, difícil de borrar.
Alguien decía este mediodía en casa  que pensaba que las devoluciones de la carne por la mitad pudieran  obedecer a una estratagema: que regresaran  con más patatas. Pero no, no parece que ese fuera el motivo, ni que se enfriara, ni nada perteneciente al orden  de lo real.
Alguien que va a pasar por la vida privado, como poco, de unos de los goces de los sentidos como  es el paladar, ya que tiene un solo registro o dos, sin gradaciones, es curioso que desde esa limitación, que a los demás nos horrorizaría padecer, se pueda volver tan intransigente ante un acto nutritivo puramente animal. El mismo lo dice, “como proteínas”, es decir sustento biológico, lo menos humano y más zoológico.
Como los cocineros vieron su saber hacer comprometido por un nuevo acto de relaboración, como es el recalentamiento, quisieron superar la censura a su trabajo poniendo una salsita al plato co-cocinado por el comensal. Pero el plato fue repelido  otra vez. Con un argumento tomado de la lógica altaescolástica de Francia Bacon: “No he pedido salsa”. Retirarla con el cuchillo no era concebible.
Hacer espectáculo de algo que objetivamente es irrelevante para una boca que necesita proteínas sin más,  es un mérito doble.
Luego ves desplegarse ese autismo de quien no da existencia al resto de la gente, no ya al paladar que no alcanzó a constituirse a una edad –no fue socializado en lo más elemental a la edad que correspondía-  y que  prescinde de la mirada del otro, de la censura de los demás. De lo social intercomunicativo. Ese aislarte en  una guerra encarnizada contra nada real.
Se unen dos sentidos como carencias  el paladar y la mirada, el otro no tiene mirada, dejo de  existir para él, nada se pude interferir en sus humores, en su desagrado, arrebato, en lo que le pide el cuerpo en ese momento, que además no es del orden corporal o somático sino puramente  psíquico. No se lucha por uno o dos  grados  de temperatura de más en un trozo de carne, sino que es realmente una lucha agónica narcisista, sin el Otro.
Una socialización quebrada, fallida. Lo que es molesto y lo que puede considerarse personal para los testigos de estos lances, es la supresión del otro, no es falta de consideración, sino desaparición de la escena, salimos de ella. Es demasiado centralidad excluyente del protagonista, eso es lo que molesta.
Aviso a navegantes. Tanto a Bilbao como en nochevieja u otros eventos se va ir o venir aprendido a comer. No sé cómo, pero aprendido. Por Jehová que será así. 


2 comentarios:

Josep Antoni Pomal i Gros dijo...

Que descojono de crónica.... El lugar, el Oliver; la Compaía, Tertulia; la Hora, de cenar... Se conjugaron los astros para que Bro ofreciese su mejor versión, y el cronista estuviese allí para contarlo.

Anónimo dijo...

Usted como vasco quizás debiera comprender al pobre comensal alejado del paraiso argentino, euskaldún o de la raza negra avileña.

Y de paso ¿el título del libro de Ignatieff?

Salu2, EDH.