domingo, julio 13, 2014

Si yo fuera argentino


Me pongo por un momento, como si lo fuera, en la piel de un argentino.
Doy por  sentado   que siempre me han llamado la atención los que son muy críticos o adversos a sus países y compatriotas, y absolutamente  nada los patriotas, chovinistas y populistas. Los primeros, esté o no de acuerdo con ellos, me harán sonreír siempre. El mundo es demasiado aburrido, acrítico y uniforme, y demasiadas veces excesivamente   coral y compacto.
Me considero  laicista, liberal, individualista-racionalista, crítico, amigo del desarrollo y el progreso, entusiasta de la modernidad, el civismo y con grandes dosis de escepticismo  y relativismo, lo que puede entenderse como un racionalismo adulto laico y liberal.
A mi edad sería un argentino absolutamente descreído de  la riqueza de  sus recursos naturales -siempre el tongo del mismo tango-, y no tanto porque supiese que casualmente muchos de los grandes países carecen de ellos: China, Japón, Suiza, Suecia, Dinamarca… sino porque en realidad  suelen ser asertos gratuitos y de otros tiempos, un lugar común  para los más prosaicos.
Si yo fuera argentino estaría lacerado  por  toda la retórica supuestamente racionalista de esas torrenteras  de palabras, de significantes que hace ya mucho han perdido su significado, logrando  que las palabras llegadas a tal escala de abstraccionismo y autonomía  formal, surtidas de abalorios, hayan perdido su poder de representación de la cosa a la que aluden. Una poesía barroca sin verdad ni realidad.
Si yo fuera argentino sabría que el triunfo del psicoanálisis lacaniano en Argentina se debe a la total prevalencia del habla, lo imaginario y narcisista frente al lenguaje que se constituye en el orden simbólico, y por el que nos  situamos en el plano de estricta igualdad dentro de la convención del lenguaje común.
Si fuera argentino ya habría atribuido al narcisismo (ese gran monocultivo nacional), a lo fantasioso y encumbrado y prepotente siempre, que cada argentino llevaríamos dentro, el elemento conformante,  desde esa identidad individual perdida en la contraposición habla/ lenguaje, de la identidad colectiva.
Si yo fuera argentino detestaría de mis paisanos las afecciones y sarpullidos de vehemencia arrasadora, el vértigo bajo el tronar de bombos o cacerolas, es esos estados extáticos  de júbilo, religión  y pasión infinitas tras objetivos siempre chauvinistas, o porque invaden otro país  o por sus triunfos futbolísticos. Les reprocharía no haber dedicado ni una mácula  de ese estado de electrizada sugestibilidad colectiva a la lucha por la democracia.
Si yo fuera argentino querría que el futbol argentino tuviera cosas del alemán, producto  de rasgos de carácter basados en la emulación, el trabajo bien hecho, el esfuerzo, las buenas instalaciones deportivas... Y no en un supuesto designio racial, el genio divino de ungidos, el sueño que disuelva la marginalidad de los extrarradios, signados por  el don que  la Providencia ha depositado  en  los pies  o en la mano de dios.
Si fuera argentino me parecería un retroceso –otra condena-  para el país, el triunfo argentino, pues avivaría sus peores demonios,  por lo que desearía que ganara Alemania, nada distinto a  lo que yo deseaba a la España de Franco.
Pero como no soy argentino  deseo que gane Alemania, pero no me importaría que ganase Argentina, que es lo que merecen, para perseverar religiosamente  en la cima mundial del narcisismo y en el culto oceánico a una religión  estúpida, el pequeño subcontinente de la irracionalidad henchida de  mentalidad de graderío y orgullo de pies descalzos y hambrientos, necesitada de dioses arrabaleros por toda ambición colectiva nacional.

1 comentario:

José María Lizundia Zamalloa dijo...

Ayer vi el único partido del Mundial. En nuestra casa este mes ondea pabellón germánico.
Ayer dispusimos de Kartofelsalat, bratwurst y wurst en general, sauerkraut y cerveza alemana.
Me olvidé de comprar la bandera alemana para ondearla con la de Israel