domingo, octubre 06, 2013

El terrorismo, Habermas y los emigrantes vendidos

el odio para los  crímenes de la persecución política ha de justificarse con fuerza
 
Hacía muchos días que no hablaba con EE.UU., desde antes del viaje. E salía hoy para Colombia, regresa dentro de 5 días a Washington y al poco  (3 días) ha de volar a México. En Bogotá va a cenar con uno de sus jefes del organismo internacional al que  han destinado allí. Es bilbaíno y veraneaba en el mismo pueblo de la costa vasca (donde me saludaron unas  8 personas,  pese a mis disimulos) que  E., aunque sin conocerse. Idoia en el hotel de Bilbao  al decirle donde trabaja  me cuenta que también lo hace otro amigo de ella, paisa nuestro,  y que se lo va a  decir. E. lo busca en el directorio interno del organismo, y que cree que sabe quién es. Pero no terminan aquí los bilbaínos.
Me cuenta E. que esta semana uno de los jefes visitó  su departamento, al presentarle a E le preguntó de dónde era.  De Tenerife, pero con familia de Bilbao. Ese jefe  es de Portugalete y hablan de  las conexiones.
no es libro con el que iniciarse  en Habermas, pero es el que ha tocado
 
Ese Bilbao tan “americano” siempre ha existido, minoritario, desplazado, cosmopolita. El fin del terrorismo ha supuesto para mí un cambio de actitud y sentimiento hacia el país. Lo pensé las últimas veces que he ido a  Bilbao y además de hotel. Cuando más motivos tenía para la distancia interior y simbólica, más próximo me sentía. 
Me sorprendí vinculando el sentirme estar en casa (casualmente de hotel y sin hablar con nadie) al final del terrorismo. Esta vez en casa literal y con amigos ha sido mucho más rotundo. A raíz de esta  percepción que se repite las últimas veces, como mera conexión, he de concluir que el terrorismo abría brechas mucho mayores de las que había sospechado.
No imaginaba que el solo final de la violencia tendría repercusión en mí si no iba acompañada de arrepentimiento y severa autocrítica de la sociedad, que evidentemente sabía  no se iba a producir nunca. No había reflexionado sobre la violencia. Pues a cuenta de esto he descubierto que soy incapaz de reflexionar sobre conceptos, para mí es como si no existieran. Nunca he pensado sobre Dios ni el más allá ni en cuestión alguna trascendente. He descubierto que  jamás había meditado  sobre categorías o ideas generales. No soy capaz de pensar a partir de conceptos, solo de sentimientos, es decir  por involucración, atinencia, afectación, odio, pathos, vida…  Propendo a enfermar cuando se saca (mero enunciado) un tema o concepto y todo el mundo tiene algo que decir.
Los conceptos para mí  solo tienen  valor instrumental para la articulación de los discursos. No hay concepto sin discurso.  Según siento el concepto carece de sustantividad  autónoma y abstracta con  derivaciones propias, no es desplegable, no engendra ni encadena  nada sólido, solo esquemas  y reiteración.  Violencia, terrorismo… quien sea capaz de hablar a partir  de su sola expresión es banal, dogmático o político y yo no puedo escucharle.  Ahora bien cuando en los discursos se emplean conceptos, que son  inevitables por necesarios,  estos han de estar tallados en bronce, pura orfebrería.  Al parecer he necesitado una vida  para esta conclusión, con todo lo que me gusta la filosofía…
Algo que encandilará a Kamenev
Cuando en 1953 Heidegger volvió a publicar  sus Lecciones sobre metafísica, sin realizar ninguna corrección de la versión de 1935, aunque sí le dio retoques sobre  el papel de la tecnología, Habermas que reconoce vivía instalado en la filosofía heideggariana no lo resistió y rompió con él para siempre: por su nazismo y falta de explicaciones.
Habermas al ser el formulador del “patriotismo constitucional” que tanto utilizó el PP vasco, es pura evidencia  de que se trata de un autor del PP y  por tanto facha. Nunca se lo discutiremos al progresismo hispano. Amén de eso,  es el gran investigador social de la socialdemocracia alemana, decisivo teórico del constitucionalismo  y miembro de la célebre Escuela de Frankfurt   (la Teoría Crítica) de Adorno y Horkheimer.
Su teoría de la acción comunicativa es la gran obra.  Y dejo dos ideas: Legalidad y legitimidad se fundamentan mutuamente, no hay legitimidad anterior a la legalidad, la deliberación intersubjetiva es la fuente de ella (la autorregulación democrática y dialógica), y que la única coacción tolerable es la del mejor argumento. Que me parece grandioso desde que lo leí, por  el poder atribuido a la razón.
Una experiencia con vascos muy antiguos
En noviembre de 2000, a cuenta de mi libro  Vasca cultura me invitaron en Bilbao a un programa de televisión de  casi  una hora en un estudio en semioscuridad susurrante. Antes el periodista me indagó por teléfono. Comprobé que citar e Fernando Savater no era de su agrado.  Le dije la frase de Habermas, y percibí que se quedó con ella. Inferí  que  ignoraba que Habermas era un españolista del PP.  Ya en la televisión antes de mí había  una mesa redonda en la que participaba una concejala de IU de Bilbao, al que el periodista le preguntó que le parecía la frase (¡usurpada!),  de que la única coacción tolerable es la del mejor argumento.  La progresista  casi lo asimiló a un atentado de la disidencia cubana, y como si hubiera mamado en todas las ubres de la loba de Rómulo y Remo de la corrección política más nutriente, empezó a decir que todas las coacciones eran intolerables…  erga omnes. Entonces apoyaban a muerte literal  a Herri Batasuna  y se abstenían de afear  las coacciones y desenlaces  letales de la persecución política. Era una izquierda para la que la razón ya no significaba absolutamente nada.
Luego entré yo y el periodista  me hablaba de “nosotros los vascos ya desde el neolítico teníamos una mentalidad estética…” (algo había leído del libro al menos) entre peces colgantes y todo a media luz y  rumoroso.  Yo pensaba qué bestia:  habla de vivencias del neolítico y se incluye aunque sea  en plural.
Años más tarde gracias a  un periodista vasco exiliado temporalmente  en Tenerife  por aparecer en listas de comandos de ETA (por mucho  menos  algunos antifranquistas se exiliaban a París), portavoz  de uno de los grupos de resistentes vascos, persecución que  IU nunca reprochó ni jamás se solidarizó, me entero de que el periodista vasco  del neolítico era abulense, o sea natural de Ávila,  de familia abulense y por tanto…  vasca y neolítica.
Otra de las cosas que me hacen amar a España  cada mañana que me levantó es que la  mayoría de los emigrantes en cualquier comunidad son unos vendidos, gracias a unas ideítas  de saldo de la Transición –aquella contingencia histórica de fusión político-ideológica  de nacionalistas e izquierda ibérica de bellota.

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