martes, junio 11, 2013

De qué puedo ser precursor

Verano  de 1961, Fulda (Hesse); se levanta el Muro de Berlín. 4 donostiarras y mi "familia" (el alto, la del medio y el de rayas). Al ladito, Mirari: una flor, un pastel (también estaba allí, pero apenas nos veíamos).

Hay algo que me reservo para mi próxima estancia  en Bilbao, y es pasar el sábado al anochecer, aunque será aún de día, cuando regrese de la costa a Bilbao, por la calle S. del casco viejo.

Es una de las 7 calles bilbaínas, con una longitud de unos 350 metros. En febrero pasado era de noche cerrada e iba con  XY. La calle estaba  a rebosar, infinidad de cuadrillas vascas tomando vinos en medio de la calle, locuaces, amigos, cálidos…. Algunos niños, los amigos de los padres jugando con ellos y hablándoles en euskera, un ambiente de fraternidad plena. La más mínima disidencia resulta  impensable. Son todos comulgantes y les encantaría vivir abrazados.
-          Cuántos años de cárcel cumplidos o por haber  cumplido –ya que nos los pillaron- habrá aquí ahora mismo ¿100, 200 años…? Si supieran lo que pensamos…- comento a media voz.
Durante años esa fue mi calle favorita de Bilbao. Un amigo mío –tenía también mi cuadrilla en la parte vieja- tenía un restaurante y cuando cerraban por descanso casi lo saqueábamos. Otro restaurante –que me evocaba la más pura (vasquista) San Sebastián- estaba en la parte curva de la calle y había bastantes más, algunos muy conocidos. Era seguramente la calle más vasca de Bilbao, que termina justo frente a la  Iglesia del escudo de la Villa y en la que los domingos había la misa en euskera (durante el franquismo-acto patriótico más que de fe), y donde se podía oír hablar ese idioma a gente de los pueblos, dado que era calle de paso para ir a la estación de tren que conectaba con el interior de la provincia-lo he contado mil veces-perdón. Éramos muy pocos, y todos nos conocíamos, los que andábamos por allí, unas pocas cuadrillas, todas pensábamos parecido. Unos, aún menos, manteníamos  el mismo espíritu, inquietudes, compromisos… Para mí era un islote, útero, anticipo de la utopía –que allí  se uniría a la otra, la social,  que faltaba, totalizantes, o sea, totalitarias como todas-, nostalgia intensa por lo que ni siquiera había llegado a vivir, sentido tribal enfermizo, tan propio de los vascos…
Pasando por allí precisamente   en febrero, fue  cuando me sentí por primera vez en mi vida   precursor de algo. Dentro de solo unos días lo volveré a experimentar, fijo. No quepo de orgullo…
 de promotor hostelero.

 
 
 
 

 

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