domingo, marzo 17, 2013

Tres escuchas fundamentales


Freud                                                    Jung
Tras el magnífico viernes, me quedó como signo resonante en  la  resaca el significante  “escucha”, por algo que medio hablé, o mejor escuché. Fue la palabra de ayer.
Ayer a la tarde vi que el post de abajo tenía dos entradas, una sumamente amable, lo mejor que yo pueda escuchar - cuando digo que no quiero que me lea ni mucha ni determinada gente es la pura verdad, me molesta que lo hagan- y comprobé que incluso  hablando de la Iglesia había vuelto a referirme  a la “escucha”. O sea que era asunto que arrastraba al menos  desde el jueves. En realidad es uno de los últimos descubrimientos de la vida, siempre hay novedades y pensamientos nuevos.
Hay tres escuchas fundamentales.
1.-La Confesión de la Iglesia que es un mecanismo para la restitución de la inocencia. Lo peor de la Iglesia para mí son Jesucristo  (historiado) y el sacramento de la confesión, con diferencia.
2.-La escucha en el psicoanálisis  freudiano de la Asociación Internacional del Psicoanálisis. En la resistencia interna (o defensas a decir /escuchar) a señalar el hecho traumático, que en   1900 Freud descubriría su carácter fantasmal e imaginario,  que supondría la curación.
3.- La escucha en el psicoanálisis lacaniano. La escucha  relevante es la que llega a  hacer el psicoanalizado de sí mismo, que generará el hastío ante el propio monólogo narcisista interminable.
No ser neurótico tiene algunas ventajas, pero también  desventajas, y ser neurótico tiene muchas ventajas pero definitivas desventajas.
El neurótico es narcisista e infantil y jamás accederá  al orden de lo simbólico, a la ley del padre que  decía Lacan. Por contra suelen ser divertidos, pirados, inmaduros  y atrozmente  insoportables. Lo mejor es ser fronterizo: tener los dos pies en cada orilla, y no voy poner ejemplos.
 Por mi doble propensión a la insociabilidad y a la sociabilidad intensa, que es lo mismo, me he pasado la vida huyendo de las mayorías y lo establecido. Como mis rechazos son tipo bíblicos, la gente se da cuenta. Me  gusta (me sale) hacer ostentación de mis sentimientos, cero diplomacia ni disimulos, hosquedad- no tendría gracia en otro caso, ni función psicológica- ni una sola persona que detesto lo ignora, de ahí que siempre  serán legión los dispuestos a hablar mal de mí. Lo que no me hace llorar, más bien me excita. No obstante uno no  está suficientemente preservado con personas que  sin despertar rechazo acerbo, no estás dispuesto a escuchar la mínima.  La ecuación que manejo es bien simple: si no tengo nada que decir, menos que escuchar, y es en lo que me aplico. Preside mi vida social.
Antes me manejaba más en impedir que se hablara en serio de nada, pero  era por huida del aburrimiento y la seriedad. Si hoy fuera niño tendría algún diagnóstico de hiperactividad o alguna cosa de esas (fútiles). Aunque me hubiera perdido la neurosis, la ebriedad, el radicalismo, la arbitrariedad, cierto fanatismo… si acaso.
Ocurre que entretanto y a veces tenemos algo que decir, lo que no necesariamente está universalizado.

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