domingo, septiembre 30, 2012

Philip Roth: Jerusalén en Nueva Jersey

Evidentemente la novela o en general la narrativa no podía permanecer bajo patrones arcaicos ya periclitados: cierto que hay esquemas  de entretenimiento que se apartan de la historicidad de la narración y de las problemáticas estéticas, cognitivas  y morales actuales, flotando en lo formulario. Sobre lo que no hay nada que decir.
La Contravida es la novela que  ha disparado al infinito  mi admiración por Philip Roth. Supongo que en universidades y talleres literarios servirá como ácido  de máxima corrosión de las más atávicas y domésticas artesanías narrativas. Habrá quien pueda leer a los  últimos Marías, Muñoz Molina o Vila Matas sin  apreciar nada raro,  creyendo que se trata de ensayo por ejemplo.  Dios  bendiga sus cuadrículas (de acero del Ruhr).
La  Contravida es  un título esclarecedor, que establece de entrada  una propuesta casi epistemológica de “narración de la narratividad”, ya que afecta a las propias  bases sobre las  que se crea la ficción, la verosimilitud, el tiempo, el sujeto, el tema… y  los  discursos y la época. La verosimilitud tiene que ver con la idea de verdad más convencional que es la adaequatio intellectus  ad rem, es decir la adecuación a lo real y sus posibilidades lógicas. No es el caso, la ficción (la vida personal ya es una ficción esplendorosa para Roth, la máxima diría yo) no debe nada a la verosimilitud empírica, ya que ésta no ha de ser material como decíamos atrás, sino formal en su viabilidad estructural con la narrado, por muy en clave real, actual incluso autobiográfica  que se cuente una historia.
En la divertida novela de una profundidad  abisal, aunque saltarina como los delfines,  la idea  de sujeto o autor también  salta por los aires, por el total trastocamiento e  intercambiabilidad. Una sucesión de bucles identitarios. La ficción solo puede remitir a sí misma  tras absorber  (notarialmente) la realidad más compleja, demostrando  que  los lugares comunes    e ideas  de bolsillo son temas para escolásticas ermitaños, no para la Literatura.
Philip Roth domina como pocos la complejidad y el orden de impulsos, representaciones y discursos que  impregnan la sociedad americana y en general la contemporaneidad, es decir la vida actual. Todo esto sólo es tolerable con  humor, ironía o sarcasmo, la novela destila todo ello al punto que dan ganas de escurrirla para intentar contenerlo.  Me vuelvo un lector sonriente que espera  su propia risa  y admirar  de  él su ingenio e imprevisibilidad, las jocosas situaciones y diálogos que aguardan en cada esquina como caídas del cielo.
De las páginas de Roth , como si estuvieran impregnadas de pasta de coca  se eleva el aroma penetrante de la cultura como precipitado fundamentalmente intelectual, producto de una honda reflexión en base a   los instrumentos cognitivos que ofrece la teoría política, sociología, historia contemporánea, psicoanálisis… y la experiencia cosmopolita culta, que obviamente abarca mucho más (que la que no lo es).
No he leído (y reído) en un solo libro  tanta información  -y el juego encarnado en las vidas personales-  sobre los colonos judíos en Cisjordania y sobre el vivir de los judíos norteamericanos y sus  discursos legitimadores o críticos. ¿Acaso no somos todos judíos? os pregunto.
 
 

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