viernes, septiembre 28, 2012

Camaradas, qué pasó con la ironía


En el blog de Santiago González, cuenta  hoy la gracia que les hacía aquello de que “España se rompe” a Zapatero (tan excedido siempre de humor) y sus seleccionados a la baja. También recuerdo  presenciar con mis propios ojos  alguna luminaria que  resplandecía, ya que de súbito se descubría  con  risa irónica, cualidad que desconocían hasta entonces tener,  y repetían con retintín  antifascista y a modo de mofa "España se rompe”. Entonces escribí en prensa que en todo caso, no sería por no intentarlo. Vivían en la ebriedad del antifascismo reditado, su propia revolución cultural china con  mucho criterio. Y Zapatero, que ahora sí va para estadista y prócer de la patria ya que cada vez hay más perspectiva de su labor de Pericles, volvía a avasallar con su capacidad, y con él sus acólitos, y concluía cual Hegel: “España está más unida que nunca” que cacareaba el gallinero de ingeniosos ironistas. Ironistas que parecian seguir al filósofo neopragmatista y posmoderno norteamericano Richard Rorty, sin leerle. Que nadie se asuste. 
ZP improvisó, dado su genio, que la reforma del Estatut recaía sólo en el ente  Parlamento de Cataluña y  lo que de allí saliese, siempre el más simpático, sería rubricado por el Congreso español, la soberanía otorgada a la parte sobre el todo, detentadora exclusiva de ella, por caer simpático nomás.
Luego fue el recurso de inconstitucionalidad, y la presión absoluta ejercida para que el Tribunal Constitucional afecto y designado hiciera la vista gorda, que hizo hasta donde pudo, una cosa cubano venezolana.
El nacionalismo  y el socialismo nacionalista –ay, izquierda española que vergüenza produces- abombaron pecho y fijaron su mirada en la Moreneta de Montserrat y en Messi y pusieron a acelerar sus Audis en plena era Acuarius de la quiebra.
No hubo necesidad de tanta autocomplacencia, de hacerse querer, de ser guay y luchador antifascista progresista, desenfadado y libre, cuando eran  sosos, rígidos, escolásticos y muy limitados.
La tropilla que anda por ahí y la veo todos los días ahora calla, ni se acuerdan, eran  y son igual de frívolos y simples (con cara de sopesarlo todo autónomamente) que el estadista adolescente, del que pronto dirán no conocer.

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