domingo, junio 03, 2012

Mi feria del libro en Los Cristianos

                                              Librería Bárbara, de Los Cristianos
De vuelta a casa, tras pasar el fin de semana en las Américas, con objetivos cumplidos. Natación, caminatas hasta reventar, hedonismo,  cerveza de trigo en cantidades alemanas,  algún gin tonic,  escaparates…  Las Américas me habían donado el descubrimiento de los escaparates, sobre todo de ropa de mujer, que me encantan como si estuvieran ellas debajo desnudas,  y algo he aprendido a distinguir,  y de relojes, objetos que sabía que existían –además siempre los he llevado- pero que  jamás había mirado en un escaparate, salvo a la hora de reponer el que se me había roto. Ahora me gusta verlos, pero no tenerlos. Son todos  muy parecidos y funcionalmente idénticos, pero agilizan la atención al tratar de distinguirlos.
Ayer a la mañana fuimos, siempre caminando, a Los Cristianos y a esa gran librería que se llama Bárbara y donde alguna vez he encontrado verdaderas joyas. Hace dos años, las memorias de Carlos Blanco Aguinaga, autor mejicano nacido en Irún (niño exiliado) y de pasar por Harvard y Berkeley, amigo de Marcuse, Ángela Davis y la contracultura americana, acabó de eurocomunista  y profesor visitante en Euskadi por los escalofriantes ochenta. Admirable: de Harvard al partido comunista de Euskadi.
En la librería Bárbara compramos los siguientes libros, que no hubiera comprado en la feria del libro que organizan todos los años en la capital el Rapsoda Alejandro y su hombre pantalla  Ánghel Morales: El Principito de Saint Exupery, (lo compré porque  arranca del Sáhara, donde murió, y dado mi saharismo, lo  compro todo), el libro es tontorrón e infantil, lo abandoné en un banco de los Cristianos  antes de las veinte páginas, porque no llevaba cerillas,  ofendido);  Luis Sepúlveda, tan fantástico, Rebelión en la granja de Orwell, con gran introducción biográfica y crítica, Maimonides esencial Una filosofía para judíos y gentiles, bien encuadernado; José María Blanco White y Martin Amis.

José Rivero Vivas, la historia se repite idéntica
En las puertas de las tiendas me ponía  a leer,  llevaba en mi mochila de hispanista por  el Sur, el libro de José Rivero Vivas Olor Próvido y la historia literalmente se repitió. Como cuando le conocí por La Calva Rosada, que dejé a Camus que estaba leyendo, ayer dejé a todos los demás para leerle a él.
Todas las ideas que me sugerían ahora ese libro, ya  están plasmadas en el libro sobre él, que escribí: José Rivero Vivas, un mundo literario rotundo. Acerté plenamente, me di cuenta ayer, tras no haber vuelto a leerle desde el libro aquel.     No soy un estudioso de su obra, pero sí  conocedor del escritor. Leía en alto párrafos, hacía  comentarios…  estimulado, sorprendido, qué hallazgos, perspectivas, cambios de ritmo y puntos de vista, qué riqueza torrencial, cuántos estímulos, sugerencias, visiones, sensibilidad,cosmos, súbitos quiebros, pregnancia invasiva (toda realidad ficticia  aludida, provenía de   la literatura que hay en la vida),  altura formal, esplendor, nobleza, orfebrería de lujo, la alquimia transformaba en oro el hecho más tangencial.
Luego oyes por ahí comentarios sobre libros, que te suenan a chismes, especulaciones, interpretaciones sobre intenciones o acciones prosaicas que pueden ser perfectamente  las  del  vecino de al lado. Cuántas veces he pensado ¿se está  hablando de literatura? cuando se habla de asuntos inflados y  sin relieve alguno, con importancia, porque aparecen en papel impreso.
Muchas veces el valor de un libro  es el del tipo de  comentarios y reflexiones que merece. Baladíes, especulativos, de bar o instituto.

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