martes, mayo 01, 2012

Mi 1º de mayo de aquellos años

Tal día como hoy, hace 38 años, llevaba ya más de 24 horas cómodamente instalado en la jefatura superior de policía  de mi ciudad; me habían detenido miembros de la Secreta  (BPS) en el portal de casa. Al de más de 24 horas  llegarían los detenidos en la manifestación ilegal del Primero de mayo, limitada a “saltos”, "celebrada" en Baracaldo. Dejé de estar aislado. Era el Primero de mayo de 1974.
El mundo ha cambiado tanto desde entonces y mucho más que está cambiando ante nuestros ojos a cada hora, que a mí me maravillan los que consiguen no ver nada en toda su vida. Eso no les pasaba ni a los  anacoretas ni eremitas del desierto. El término mismo de “clases” ha desaparecido, es como si ya no se viviese en una sociedad de clases, o tan distinta, que  en absoluto esas categorías podrían adecuarse  o encuadrar la realidad. Por ejemplo, no hay clase obrera ni clase burguesa, hay  los “trabajadores”. Y empresarios: nociones no políticas, sino sociológicamente  reduccionistas, teñidas de moralidad.
La clase obrera nació con el capitalismo, modelo de economía sustentada por  el sistema tecnológico industrial.  Con el sujeto por excelencia: el proletariado industrial. Los científicos sociales hablan, desde  hace ya muchos años, de la sociedad “postindustrial”. Primera contradicción: ¿cómo puede un agente específico de un sistema, vivir, desaparecido éste,  en sus restos o residuos como protagonista especial?  Desde el papel protagonista de agente, nada menos  que  histórico, a  la lateralización (salvo que los populismos la rescaten sobre su base exclusivamente retórica) en los procesos de desarrollo, más dinámicos, de los factores productivos. Todos los signos nos dicen que  eso es así en la sociedad del riesgo, que diría Ulrich Beck, o en la economía globalizada. El progreso es algo que intuimos en el lado opuesto a este mundo, que se limita, dentro del conservadurismo  actual de la izquierda, a conservar literalmente lo que se tiene o queda. Además de a reaccionar (ojo con las palabras) contra y no intervenir dinámicamente dentro de los vectores y marcos  de progreso que se perfilan o que se puedan inaugurar; y sin la capacidad de abrir un debate -no digamos ya mínima propuesta o atractiva  idea de futuro-, sobre lo que habría que hacer,  incluso hasta para conservar lo máximo de lo que aún se posee.
No hay batalla que librar  centrada exclusivamente en el conservacionismo. Eso supone el reconocimiento previo e incondicional de la derrota sin paliativos.
No es argumento de futuro decir “con todo lo que nos costó lograr estos derechos”. A la mayoría de la gente que conozco, no le costó absolutamente nada, porque los heredó. La historia del movimiento obrero ya no interesa a nadie, a cambio se orquestaron hasta el propagandismo más alucinado, por un gobierno ebrio de regresión y fosilizado, los logros de la II República  abocada a otra dictadura (me refiero a la del proletariado, también olvidada por la memoria de tantos olvidos. El olvido más sinvergüenza: el del anarco-sindicalismo español o el del  POUM).
Si hubiera una  mínima pulsión de vida y vagarosa noción y apetito de progreso sabrían que lo que se pueda perder hoy, se puede ganar mañana, incluso más.  ¡Qué progreso es ese, en el que ni se cree! Si fueran  los que hoy se quejan los que de verdad lograron cosas, otro espíritu reinaría.
La Europa fragmentada, eurocéntrica, henchida de soberbia sigue sin decir ni una palabra en ningún acto,  declaración o pancarta, de millones de trabajadores que producen casi todo, y también consumen en el mercado global, por 200 dólares al mes. ¡Qué silencio más estruendoso!
No creo que haya que ser especialmente intuitivo para adivinar que es por aquellas regiones remotas por donde las palabras recobrarán  su justeza y realidad semántica, evidentemente no en España, en donde los significantes son los signos de sus antinomias.
El progreso entonces, significará progreso. Quién lucha por hechos lucha por palabras.

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