domingo, mayo 27, 2012

El país de las banderas infinitas

Si España no fuera tan espesa y tremenda (es imposible eludirla) escribiría de Edward T. Said (incluso de su crítica literaria) y del texto  de la resolución de octubre de 1975 sobre el Sáhara, del Tribunal de Justicia Internacional de la Haya. Estoy que no quepo de gozo con el texto. Pero España te abisma a volver sobre lo previo, los presupuestos mínimos de consenso y racionalidad, de liviana convivencia. España agota.  A mi me interesa Israel, el Sáhara, todo el Magreb, Estados Unidos, muchas cosas y sitios, pero no España, ni siquiera Europa, yo pretendo ser un exiliado interior –tengo además edad para serlo-, ajeno, desinteresado, resentido, malhumorado   y sordo, pero a lo que se ve, resulta imposible. Corté con el tema vascongado  y no he vuelto a escribir una línea, pero rodeado de hispanos va a ser imposible hacer lo mismo con España. España eterna, España áspera, España aullante, España loba.
En este país de banderas y enseñas omnipresentes, de simbolismo sacrosanto, cualquier reivindicación social, vecinal, deportiva o de cualquier tipo, necesita cada  vez con más ansia coronarse con algún símbolo de incompatibilidad y exclusión. La ikurriña, la senyera y la republicana tienen una sola cosa en común: su condición ontológica/teleológica  de exclusión, disyuntiva  y  absoluta incompatibilidad. Ocurre también sólo en España. ¡Cuánto cansancio!
¿Cómo es posible que  se pueda seguir 70 años después  así, contra una realidad democrática, (ex)próspera, integradora y abierta…? Es demasiada anomalía, insatisfacción, revanchismo, tara… Todo lo que podría estar más o menos bien a título individual y podría ser incluso interesante, de forma colectiva es infumable, cutre y siniestro. España soez, España malsana, España pesada losa y graderío.
Ya no hay imagen de Toxo, Méndez, Zerolo, Caldera ,incluso Rubalcaba, en la calle sin que aparezca  una zona  arbolada de banderas republicanas, cosa que antes no pasaba. El sello de la izquierda con el pasado remoto y  su mísera  estetización de la política no pueden ser más zafios. En su indigencia extrema, es todo lo que les queda. Lo que no saben estos heraldos del futuro y el progreso (de progreso),  es que los presidentes de una tercera república, jamás serían Llamazares, Cayo Lara, los arriba mentados  (a excepción quizá  de Rubalcaba),  ni siquiera el alcalde  de Marinaleda, sino en todo caso, ¡atentos, chicos!: José Bono, Gregorio Peces Barba, Federico Trillo, Zaplana, Villalobos, Borrell…  ¿Les gustaría este tipo de república natural, no rupestre, desarmada, inclusiva, integradora, democrática, plural… a nuestros arcaicos y toscos republicanos? Seguro que ni lo han pensado, pero ¿a que no es eso?
Todo siempre agrio, desapacible, provisional, con cuestiones pendientes... aquí los mínimos siguen en el aire, no sólo las autonomías, sino todo: el estado, la bandera, el himno, la pluralidad,  cualquier noción de comunidad integrada, respetuosa, civil y cívica, con símbolos que lo representen, una base afectiva natural común,  de mera comunidad o sociedad. Resulta tan aburrido y eterno…
Tenemos este republicanismo valleinclanesco y sainetero  que sueña, insaciable, en base a un sectarismo  que desborda las psicologías sociales más marginales y tribales,  con  la redición de una II República de la que  no solo desaparecería la monarquía, sino también la derecha extrema –que es la forma de ir perfilando con  palabras y  propaganda una  categoría inaceptable de derecha- , que haría  hiper legítima su inexistencia. ¿A qué sí? No habría un mundo incompatible con  aquella II República de los trabajadores.  Los republicanos hispanos se quieren solos, con  el enemigo derrotado, desaparecido.  Mientras la ikurriña y la senyera se han convertido en los símbolos del sectarismo y la exclusión (aparte de la ofensa más hooligan y la provocación alucinante) la republicana tiene el plus añadido  del revanchismo jamás soñado.
Abandonado el viaje a El Aaiún,  al final   el viernes, a  los confines cosmopolitas del sur de la isla, donde España (su hondura) se diluye y desaparece. Entre extranjeros, o sea, entre afines electivos. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

"La ikurriña, la senyera y la republicana tienen una sola cosa en común: su condición ontológica/teleológica de exclusión, disyuntiva y absoluta incompatibilidad."

¡Qué va...! Tienen otra cosa en común y tb en común con la bandera de Murcia, Canarias, Andalucía, y las restantes banderas.
Son banderas que nos cuestan una pasta gansa, son sus parlamentos, sus gobiernos y sus castas dirigentes.
Costosisimo error las banderas.

Salu2, EDH.