lunes, agosto 29, 2011

La barbecue


El narcisismo gastronómico  (por tomar solo una parte) vascongado  es similar al argentino, si estos  recitan  el mantra asado-asado-asado y si no, asado; los montaraces, hay que reconocérselo,  tienen una variedad de lujo: en comida, no en individualidades disgregadas del gregarismo y la opinión común prácticamente unísona en las cuestiones profundas, que  en los detalles  alcanza una  mínima modulación. DO-DO-DO-RE-DO-DO-DO, Do-DO- DO-LA-DO-DO-DO.
En mis tiempos, el calendario avanzaba no solo por meses y estaciones  sino con los productos de temporada que aparecían religiosamente como el santoral: navidades eran los besugos y las angulas, con sus precios en libras esterlinas. En abril o por ahí las sabrosísimas anchoas, en junio el bonito blanco, en julio los pimientos de Gernika, en agosto los chipirones, las alubias no sé cuándo, como determinadas verduras, carne siempre, en septiembre los pimientos rojos. Tampoco recuerdo  cuándo la merluza, que después desaparecería. Este calendario no era solo el de los campesinos y pescadores, sino que se podía seguir también por las ciudades.
Hasta hace una década nuestro comedor aquí en el subtrópico funcionó como una franquicia de los  montaraces. Hay muchos testigos de que eso fue exactamente así o aún más. Siempre regresábamos con provisiones muy preciadas. Era cuando íbamos.
Tras la inauguración este verano de la terraza Marbella, todo apuntaba a que serían posibles retos más arriesgados.  Así ha sido, hace un par de días compramos una barbecue. Aunque sí por lo que alguno pueda pensar: por yankismo puro y duro.
El yankismo es una suerte de mentalidad y misticismo, como hace 40 años Katmandú y los hippis. Una rebelión contra las nuevas religiones.
A los que jamás se me ocurriría preguntarles nada de política, ni ahíto de queresono mezclado con alcohol de 96º,  por no tener la menor duda de que sus clarividencias a un tiempo  tan matizadas, rigurosas y personales  proceden  de  lo que a  lo mejor más oyen  en  la radio y ven en la televisión, y con lo que comulgan los vecinos y los compañeros de trabajo, todo ese universo guay y popular, son los que más ardor ponen en dar a conocer  sus personalísimas reflexiones en diversas materias políticas. Huelen las opiniones de la calle, de moda  a distancia y hacen la ola con frenesí desbordado. ¡A  escucharles! El españolito de las naciones de España  ha ganado en sabiduría, templanza y autenticidad. Es un Toni Leblanc que habla en serio, y  sin Torrente.  
La barbecue es muy americana, cuya gastronomía -como tampoco saben comer-,  no llega ni a la mitad de algunas regionales. Solo pondré un nombre y podría poner alguno más: Hace 19 años en Toledo, la plaza de Zacodover y aledaños ofrecía una oferta tan poco  sugerente, que después de tomar vinos y cañas para fisgar los platos  decidimos irnos al Mc Donald de la plaza.
Las nuevas religiones en España –es una afección, un diapasón  imposible en Reino Unido, Alemania o Suiza o Francia, España siempre es  y será España- de culto más ferviente y ejemplar, son la religión antiamericana y la anti Iglesia católica que cada vez gana más puntos, de suerte que ya ni se acuerdan de Jimenez Losantos ni las sucesivas bestias pardas que los religiosos anticlericales, subidos  a la ola y la grada, diabolizan.
A mí me sorprende que esta pasión española del anticlericalismo no sé en quién despierta más pasiones:  si  entre los beatos o entre la nueva eterna y alzada anticlericalla de ímpetus gasolineros. 
Lo que da carácter a la Iglesia española y a España no son sus seguidores – eso es lo común en el mundo de las religiones- sino el anticlericalismo, esa pasión auténtica, encendida, ignífera. No hay ninguna posibilidad de una mirada madura, integradora, culta de la religión católica. Eso pasa en Europa, pero no en España.
Es inaudito e intolerable que la iglesia tenga dogmas y posiciones morales, ¡que sea una religión! no merecen ni un margen, ni un espacio, ni tribunas, sino cruzadas de llameante repulsa por ser. A  la iglesia se le oponen  los nuevos y encrespados  ayatolás, de menor formación que ellos (que los ayatolás también), para variar, a lo más con  destrezas en sus oficios para poder desempeñarlos.
La barbecue resultó plácida, vino la familia. Según E. me porte como una persona normal y me felicitaron.

1 comentario:

Gregory Apple dijo...

En la barbacoa también se asa el bonito del norte, los pimientos sin camisa, la txuleta de kilo y medio y la reina del txiringito: la sardina.