miércoles, enero 19, 2011

Tindaya y Chillida

Si fuera momificado me vaciarían por entero, si a mi gata la disecase también le quedaría únicamente la piel. Lo mismo le ocurriría a un balón de fútbol si se le extrayera todo el aire, se arrugaría hasta unirse por dentro el reverso de su piel.
Pero si me extirpan la trompa de eustaquio no me vaciarían, tampoco a mi gata si le sacasen un quiste. Plásticamente vaciado, es crear espacio en lo que es compacto y macizo, pero no dejar sólo la piel.
Ignoro los metros cúbicos de la montaña de Tindaya. Han de ser muchos miles o millones. Si yo la vacío del volumen que hay en 50 x 50 x 50 metros, es obvio que le estoy quitando una mínima parte de su total. Un nódulo, un dado en un cubilete gigantesco como la amasadora de un camión de cemento. Este o poco más representa el "vaciado" de la montaña sagrada. No es cuestión opinable la magnitud del vaciado aunque si lo pueda ser el proyecto, porque es algo objetivo, exacto, susceptible de medirse y correlacionarlo. Se puede establecer a escala el punto negro que representa el cubo en el conjunto del relieve de la montaña, en plano o tridimensionalmente.
Pero vaciar la montaña suena muy bien por lo que tiene de desnaturalización y muerte, de extirpación del conjunto de su contenido, de todo o casi su interior, la succión entera de miles o millones de toneladas de roca y el negocio con esa tierra y rocas del que de paso se acusa, me imagino en la construcción de grandes autopistas entre islas. La gran simplificación y falsedad de los  enemigos del proyecto de Tindaya.
Cuando antes de que Chillida nos descubriera Tindaya, había una empresa que mordía la base de la montaña, socavando de manera ultrajante su falda, Tindaya era invisible, como acredita el gigantesco quórum de indiferencia a pesar del espectacular desgajamiento de su base y el volumen del negocio a cielo abierto. A nadie importaba nada, todos veían y consentían, mucho menos era asunto movilizador.
Los signos podomorfos se registraban tras estudios de algún departamento universitario. Eran signos burocratizados, catalogados, asunto de restringidos grupos de especialistas. Tindaya era invisible, a pesar de la factoría de extracción de piedra que se incrustaba en su misma ladera.
El carácter sagrado de Tindaya se constaba, sí, en algún pie de foto, o en un inventario de nombres. Pero carecía de la más mínima virtualidad. A lo más, la montaña fue sagrada en tiempos remotos.
Chillida con el volumen, un cubo exacto, que se abría en su interior y con las tres embocaduras al sol, la luna y al horizonte, resacralizaba Tindaya. Sacaba a Tindaya de su oscura vida administrativa en catálogos, para abrirla a la experimentación de la sacralidad en un turbador espacio vacío y desnudo de roca, en el que, como en ningún otro lugar en el mundo, serían posibles los más sugerentes retos metafísicos, estéticos y éticos. Las reflexiones y oraciones profundas del ser humano de todos los tiempos.
Las entrañas de la tierra, su inmediata esencia telúrica, como cripta, útero y una cadena infinita de estímulos y representaciones permitiría al visitante de todas las partes del mundo, que tuviera vivencias imposibles de experimentar en ningún otro monumento sobre/bajo la Tierra.
Tindaya dejaría de haber sido sagrada a pie de inventario y estante para volver a serlo, ya de manera absolutamente explosiva y radical, en este mundo contemporáneo.

3 comentarios:

josep antoni pomal i gross dijo...

Eres el príncipe de las metáforas arquitectónicas.

Simply Tox dijo...

Menos mal que dijiste trompa de eustaquio. Llegas a decir que tienes trompas de falopio y me caigo del sofá.

eclair dijo...

Viva Tox y Nuestro Amado Líder