sábado, diciembre 04, 2010

Pepiño Blanco, el Príncipe

Maquiavelo era un pluralista, como nos enseña Isaiah Berlin, por lo que distinguía los valores de la Iglesia de los del príncipe. Éste debía regirse por los valores que orientasen su política a los fines de gobierno. No decía que unos valores debían prevalecer sobre otros sino que eran distintos campos de actuación, sujetos a principios diferentes.

Hoy he admirado a Pepiño, como nunca había admirado a ninguno de la secta ni creía pudiera hacerlo.  Les he oído sus declaraciones con suma atención, y se induce con claridad la jugada. Hace unos días ya se había anunciado la privatización parcial de Aena, era interesante para el futuro poder sacar al mercado una empresa rentable y sin el pesado lastre del agujero negro de los controladores. Aena ha comprimido al máximo el gasto y las inversiones públicas han salido muy resentidas, por lo que no podía mantener esos gastos corrientes.


Ha elegido (el gobierno) el día del decreto, ha sido una provocación principesca, y les ha salido mejor de lo previsto, vaya que sí. La soberbia ha conducido a la mafia a la trampa de forma tan exaltada como ciega. De manera que toda la opinión pública sin una sola excepción ha cerrado filas con el gobierno y se ha puesto en contra de la mafia aérea. Era el momento el puente, y no otro día como dice la oposición y algunos medios, y el trastorno debía ser de hecatombe. Una apuesta estratégica de órdago, que era la que precisaba el príncipe/gobierno. Ni en navidades, nunca más se repetirá la huelga salvaje, dice el gobierno. De paso aclara el jaque mate. Ahora sí que tiene las manos libres el gobierno. Puede acabar toda la mafia sin antigüedad, tras expedientes y comienzo de cero y jornada normalizada.


Un mundo que agoniza
Una larga lista de víctimas e injusticias. No sólo pacíficos ciudadanos con sus vacaciones arruinadas, sino gigantescas pérdidas económicas, trasplantes y operaciones truncadas, órganos que debían viajar caducados, presencias urgentes e irrepetibles impedidas, daños incalculables, incomodidades, indignación, rabia, dolor… Injusticia máxima.
Joaquín Sabina, en su vertiente de pensador político, ya dijo a cuenta de la huelga de septiembre pasado, que la huelga era sagrada. Un gesto de fidelidad extrema al pasado. Un pasado liso, actual, intercambiable y presente, un tiempo tonto repetido, un tiempo sin tiempo. Es difícil concebir que la huelga sea sagrada en el territorio de la opulencia y el despilfarro y la ebriedad consumista de la era postindustrial. Son magnitudes de no fácil acomodo. Ay, el nicho histórico, el contexto objetivo, la era industrial…
La huelga era sagrada a finales del XIX y durante buena parte del XX, y allí donde floreció en Inglaterra o en las minas de Bélgica, o para los proletarios alemanes, rusos o norteamericanos.
La huelga fue sagrada y los que murieron o sufrieron penalidades inconcebibles para que se la reconociera e institucionalizara, no imaginaron las actuales condiciones de trabajo. Los marxistas (que fuimos) sabíamos eso y que hubo revueltas campesinas sangrientas, rebeliones de oprimidos y penados y que la huelga (no revuelta o rebelión) se produjo en los albores de las primeras acumulaciones capitalistas.
La huelga está dejando de ser sagrada, más allá de su legalidad o ilegalidad, al menos en estos pagos europeos, como también lo van a dejar de ser otros reductos de hiperprotegidos profesionales. La sacralidad, en todo caso, acompaña cada vez más a los que la padecen: los ciudadanos con derechos a vacaciones, los enfermos, los padres adoptivos que iban a ser juzgados para otorgar la paternidad en Addis Abeba y un cúmulo de gente con necesidades propias que no se pueden vulnerar.
Otra particularidad carpetovetónica que se tambaleará cada vez más serán las bajas médicas de conveniencia.
El decurso del tiempo no deja de hacer quiebros e inflexiones, el futuro está más abierto que nunca y más incierto. Europa ve como van cayendo una a una todas las fichas del dominó, pero sigue mirándose al ombligo. La propia centralidad le impide ver más allá de sus fronteras, y sigue sin atenerse a cada uno de los elocuentes signos de su marcha hacia la total marginalidad. Se creyó que todo lo que le convenía era sagrado. Y no son ni las bajas médicas (fraudulentas).
Su cultura de protección e igualdad, como lo ha entendido Europa va a ser arrasada sin contemplaciones, por un conservadurismo europeo absolutamente centrípeto como paralizante, que antes aniquiló la imaginación y toda creatividad.
Entre tanto, Pepiño,  héroe maquiavélico.

1 comentario:

Ciudadano dijo...

Creo que ha sido más grave que una jugada económica. Ha sido un simulacro de golpe de estado.
Estado de alarma es para una catástrofe, no para un conflicto laboral.

Temblemos si pierden las elecciones.

A todas estas donde está ZP, que quería dimitir. No aparece, y de ahí el estado de alarma.