sábado, noviembre 20, 2010

Tea-cracia: Foster

Durante mucho tiempo, incluso llega  hasta hoy, viajar era sinónimo de arte, de las ciudades que visitabas lo que ya sabías antes de ir eran los museos que verías, dejando las galerías de arte por descubrir. Como he ido muy pocas veces -casos muy puntuales en los que yo dilataba la estancia- por trabajo a Madrid, creo que ninguna vez, esas incluidas, que he ido a la Capital he dejado de visitar el Reina Sofía. El Thyssen y galerías de arte menos y nada el Museo del Prado, que fui dos veces de niño con mis padres. Pero sí fui al Prado (zona de afuera) recientemente para ver las puertas de Cristina Iglesias y toda la remodelación de Rafael Moneo.
En Bilbao siempre voy al Museo de Bellas Artes, cuyo orden de exposición es lo único que he controlado desde la adolescencia, a pesar del cambio de edificio y al Guggenheim. El mayor atracón museístico me lo di, con diferencia, en Nueva York. De forma que tengo una estimable colección de catálogos y libros de museos.
El disfrute del arte contemporáneo, a diferencia de otras actividades culturales o artísticas requiere de iniciación. El gusto, deleite o comprensión (se trata de significación, connotatum para ponernos al nivel sofistikatz del gremio) frente a él se inhibe, se confunde, no sabe, no entiende y el posible fruidor se abruma.
Todos los adjetivos calificativos con los que el juicio estético o la opinión se camufla para poder referirse a casi todo y explicarlo con adjetivos oportunistas tales como fresco, divertido (un talismán válido para todo hoy, un determinado plato, un coche, un traje...), interesante, singular…, tratándose del arte contemporáneo es bastante más complicado.
El arte contemporáneo debe ser degustado muy lejos de su ambiente, de su melosa sofisticación, la sublimidad afectada, el aristocratismo espiritual, el narcisismo profusamente ornamentado y puntiagudo, y demás taras, de suyo, tan frecuentes.
Ahora propendo más a la calle, a los museos al aire libre que ofrecen algunos lugares de las ciudades, o toda ella, como es Nueva York, a los edificios, a reconocer la buena arquitectura, en especial los rascacielos.
Todo para decir que, en nada, al Tea para ver el documental sobre el arquitecto Norman Foster, cena eludida y al Parra.




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