domingo, septiembre 26, 2010

La previsible y ominosa traición de mi hermano

El viernes cuando salíamos del Ateneo donde se había presentado el libro del que es coordinador general Juan Ignacio Royo, me preguntó la peruana venezolana nueva jersey(era) Sonia por mi hermano, como si fuera Patroclo o Ulises, un héroe.
- ¿Por qué no vino tu hermano?
- Porque le gusta la literatura universal y le ofende lo particular y circunscrito. Pero sobre todo porque no le he llamado- no fuera a pensar que no tengo ascendente sobre él.
- Tu hermano podría venir al sur, a dar una charla…
- ¿A conferenciar?
- Pues sí, veríamos cuanto le podríamos pagar…
- Será cobrar- pero Sonia ni me escucha.
- Tendríamos que ver sobre qué temas hablaría...
- El encantado, es un profesor de filosofía frustrado, judío y extravagante, como él mismo dice: del gueto. Podría empezar en Los Cristianos y continuar bordeando la costa hasta La Caleta perorando sin parar, es la única pega: su odio a los límites. Bueno no lo sería, podría principiar en Los Cristianos con Ortega y Gasset, seguir con toda la Escuela de Madrid hasta Adeje y regresar con Pérez Galdós seguido de niños, perros vagabundos y holligans ingleses y… algunos concejales de turismo académico de la zona.
- Sí, sí es interesante.
Decido llamar a mi hermano: ¿Dónde estás y por qué?
- Estoy en casa retirado, estoy descansando- su falta de brío y virilidad me saca de quicio- A ver, te paso a Sonia, salúdale.
Al rato nos alcanza mi nunca suficientemente bien ponderado querido y admirado amigo Agustín Enrique, que ha satelizado a dos individuos que son pálida sombra de él, un séquito de comparsas. “Hermano, te paso a Agustín Enrique”.




Hermano, me dirijo a ti. Que no se te olvide quien te llevó de gira por el norte y sur de la isla con Canarias, diversos nacioanlismos y quien repite siempre contigo, y con qué actuaciones has cobrado fama y notoriedad. Y quien sino yo te elevó a la tarima del los señores advocats, de la que ahora tramas posesionarte. Me sacrifiqué, en el sentido de que acumulaste el mayor protagonismo – a pesar de ello te ponías de pie y paseabas como un emérito catedrático-, para darte a conocer, al punto que no me importó ir de telonero contigo, aunque actuase en último lugar. Reflexiona, sé honesto, quiero mi lugar en tu espectáculo culto, tengo muchas cosas que decir, no en vano fui un vibrante tertuliano de espíritu combativo y mordaz sentido del humor

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